lunes, 18 de abril de 2016


CERVERA (DE LÉRIDA), O LAS CONTRADICCIONES EXTREMAS DEL CATALANISMO MODERNO
Antón Capitel



Confieso una notable vocación republicana, incubada desde antiguo, pero he de reconocer que acepté sin mayores problemas la monarquía desde el momento en que Juan Carlos I traicionó al franquismo y encargó su liquidación. Por eso me ha sorprendido ver como la ciudad de Cervera, de la provincia de Lérida, ha declarado ahora persona non grata al rey Felipe VI y a toda la familia real, ello al menos según el periódico "El País" (2-4-16). Es una decisión intensamente descortés, y que parece que debiera ser ilegal, a todas luces, puesto que se trata del Jefe del Estado, cuya aceptación no es voluntaria para un organismo oficial, ya que ha sido tomada por la corporación municipal, aunque no por unanimidad: 8 concejales (alcalde incluido) contra cinco.

Cosas del catalanismo, pensé, difíciles de entender para los demás, desde luego. E inútiles, por otra parte; tan simbólicas como estúpidas. Pero, al hilo de eso, también pensé en el nombre de "Cervera", y que éste, toponímico y también apellido, no me parecía catalán, sino español, dicho esto en términos generales. Acudí a la enciclopedia Larousse, en su edición española, y allí me tropecé con algunos datos interesantes y también con algunas sorpresas bastante sabrosas. En efecto, y como ya sabía, hay varias poblaciones en España llamadas Cervera. Hay una Cervera de la Cañada, en la provincia de Zaragoza; una Cervera del Pisuerga, en la provincia de Palencia y una Cervera del río Alhama en La Rioja. Hay incluso un cabo Cervera en la costa de Alicante, al norte de Torrevieja. Y hay hasta una Cervera francesa (en francés Cerbère), en el distrito de Cèret, de los Pirineos Orientales, la primera localidad francesa a la salida de Cataluña por Port-Bou.

La enciclopedia Larousse da también los datos de tres personajes Cervera, más o menos ilustres. Uno de ellos, el más antiguo, fue dirigente obrero y periodista, mallorquín, afincado en Madrid, Antonio Ignacio Cervera (1825-1860). Los otros dos fueron marinos, y llegaron a almirantes, ambos de San Fernando (Cádiz), y quizá padre e hijo (la enciclopedia no lo aclara): Pascual Cervera y Topete (1839-1909), que participó en la guerra de Cuba, y Juan Cervera y Valderrama (1870-1952), que lo hizo en la guerra civil del lado franquista. Como ya se ha dicho, ninguno de los tres era catalán.

Pero luego, después de estos datos, empezaron las sorpresas. Pues si uno lee lo que dice Larousse en el toponímico "Cervera", la única población de las llamadas así que no tiene un segundo nombre, después de algunos otros datos geográficos y genéricos se encuentra con lo siguiente: "...recibió el título de ciudad en 1702. Se mantuvo fiel a los Borbones durante la guerra de Sucesión, y Felipe V la premió convirtiéndola en cabeza de corregimiento y trasladando a ella la universidad de Barcelona (1717). La universidad de Cervera [...] fue un centro cultural importante, pero en su profesorado abundaban los elementos reaccionarios, hostiles a la "perniciosa novedad de discurrir" y a los nuevos rumbos políticos; ellos fueron sobre todo quienes convirtieron la ciudad en foco de todas las conspiraciones absolutistas y carlistas en la primera mitad del siglo XIX. En 1842, tras ciento veinticinco años de actividad, la universidad fue devuelta a Barcelona".

Cosas extraordinarias e interesantísimas ¿no? Al menos, si las vemos en relación a la actualidad. ¡Quién lo iba a decir! Cervera fue fiel en el siglo XVIII al nuevo rey, Felipe V, contrariamente a la mayoría de las demás poblaciones catalanas, y saliéndose así de lo que se supone que es el moderno catalanismo originario, que se considera fiado precisamente al rechazo del primer Borbón, cuestión relativamente lógica por la novedad de la nueva dinastía, pero, sobre todo, porque les iba a suprimir los fueros medievales que ya nadie tenía. Pero a Cervera entonces no le importó, y es ahora, por el contrario, cuando ha establecido un frontal rechazo con su descendiente Felipe VI, el siguiente del mismo nombre, y el hijo y sucesor inmediato de quien liquidó precisamente la dictadura militar, la que aherrojó durísimamente toda idea de catalanismo. No son pues muy fieles a la historia los cervarienses, desde luego, historia en cuyo seno y sin embargo el catalanismo pone su más grande razón y coartada. Y presentan así inmensas contradicciones que, desde luego, no habríamos sospechado. Ayer nido siniestro de absolutistas y carlistas; hoy presunto baluarte del "progresismo" catalanista que hemos de suponer proclive a la independencia. ¡Fantástico!

Pero la corporación municipal cervariense (y siempre según "El País") ha solicitado ya en varias ocasiones a la Casa del Rey (?), y además, que se renuncie al título de conde de Cervera, que ostentó Felipe VI cuando era Príncipe de Asturias, y que ahora soporta su hija mayor. Esto es, Leonor de Borbón y Ortiz, actual Princesa de Asturias, que en su inocencia de niña y en su cándida belleza infantil, sin duda es bien poco consciente de que ostentará éstos y otros de sus títulos muy probablemente con dificultades e incluso con ciertos dolores, dados los tiempos tan difíciles que le ha tocado y que le va a tocar, sobre todo, vivir. Será reina o no, no lo sabemos, pero el camino, sea cual fuere, no parece que vaya a estar alfombrado de rosas.

Pedir la renuncia a un condado de Cervera que Felipe V instauraría como homenaje a la población que le fue leal resulta otra grosería, tan grande como la enorme contradicción que igualmente supone. Para hacerla valer sería necesario que, como mínimo, la corporación renunciara a cambio al título de ciudad que le fue concedido y pasara a ser una simple villa. Total, cuestiones puramente simbólicas y vaya así la una por la otra.
Pero esto no debería ser todo. La corporación cervariense tendría que retirar también la maleducada ofensa de la declaración de persona "non grata" al rey y a su familia, y hacerlo con las excusas y la solemnidad debida, ya que se trata de un Jefe de Estado, al que se le debe respeto incluso aunque se le considerase extranjero. Y, además, y como todavía no lo es y se trata de una corporación municipal que, hoy por hoy, pertenece al estado español, debería de recibir la imposición de una fuerte multa. Y quizá de sanciones o destituciones; los abogados sabrán.
No sólo: el alcalde y los concejales cervarienses deberían también pedir perdón, públicamente y a toda España, por haber sido su ciudad, y en el pasado, siniestro nido de absolutistas y carlistas; esto es, causa, aunque no única, de las siniestras guerras civiles del siglo XIX, y, en buena medida, de la del XX.

A los demás nos da lo mismo, desde luego, pero resultaría igualmente lógico que pidieran perdón públicamente a Cataluña toda por haber aceptado en su día a Felipe V. Y muy especialmente a la ciudad de Barcelona por haber usurpado su universidad y por haberla convertido además en sede de borricos y reaccionarios, supuesta y fraudulentamente profesores.

Y una recomendación final, ésta ya por mi parte, y les aseguro que completamente bien intencionada. Con los antecedentes de ustedes, queridos cervarienses, lo más adecuado y prudente sería guardar finalmente un completo y absoluto silencio. Pues con lo que han hecho hasta el momento y con lo que hemos conocido acerca de su historia, no han conseguido otra cosa que quedar en el más completo ridículo y dejar también en él a Cataluña entera. Por lo que le toca.
Vivir para ver.





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