viernes, 29 de enero de 2016

LA SOMBRA DEL GIGANTE,
O LAS AMENAZAS DE LA REHABILITACIÓN DEL EDIFICIO ESPAÑA, EN MADRID.
( Y OTRAS FARSAS PARECIDAS)






A imitación de los "monumentos nacionales" (tal y como antes se decía), las ciudades han protegido también, modernamente, edificios de los siglos XIX y XX, de muy distinta importancia, y en general usando los planes de ordenación urbana. Como en el caso de los monumentos, se trata de una convención social y cultural: se conviene que algunos edificios, por sus valores históricos, arquitectónicos y urbanos, han pasado a una situación de "meta-económicos". Esto es, de estar más allá de la economía, de tener valores que la trascienden o superan. Se trata de una convención que tiene mucho de resto del "despotismo ilustrado", desde luego, pero que, al menos en España, ha sido asumida por gran parte de la ciudadanía, que la defiende incluso con ardor, muchas veces con el entusiasmo y con la ira que parecería reservarse a cosas como la religión. Sin embargo, es tan sólo una convención social, cultural y política. Ahora bien, si esa convención se ha hecho, si se ha convenido respetar determinados edificios, es preciso cumplirlo.

Madrid fue ciudad pionera en esta protección, pues ya en 1973 -aprovechando que la dictadura, ya en alguna medida contra las cuerdas, intentaba desviar sus concesiones hacia la política municipal- el arquitecto Juan López Jaén logró que el Ayuntamiento aprobara un amplio catálogo de protección de edificios. La ciudad los conservó, por fortuna, y Madrid es hoy lo que es gracias a esta decisión.

Pero en los últimos tiempos, ya bastante largos, la Corporación municipal madrileña, presidida por el partido de la derecha, ha sido escasamente partidaria de estas protecciones, aunque no se haya atrevido a suprimirlas, si bien se ha dedicado a socavarlas, a veces, por algunos medios. Uno ha sido la restricción del número de los edificios protegidos, cuando les ha tocado continuar con lo iniciado en 1973. Otro, más retorcido y más reciente, ha sido la interpretación interesada del "grado de protección" de los edificios, el error más grave cometido por estos catálogos. Pues algunos edificios se protegen en forma "integral" (como si fueran "monumentos"), pero otros en forma "estructural" (?) o "parcial" (?). La ambigüedad implícita en estas protecciones menores es lo que puede originar, y ha originado de hecho, interpretaciones viciosas. Esto es, que no cumplen en realidad con la protección convenida.

Así fue el caso de la pequeña Central Eléctrica abandonada de la calle de Almadén, casi enfrente del Jardín Botánico, convertida en el Caixa Forum por los famosos arquitectos suizos Herzog y De Meuron, que han dejado tan sólo parte del "cadáver" del viejo edificio, levantado en vilo en forma más ridícula que mágica, e ignorado en sus huecos y caracteres propios. ¿No hubiera sido mejor haber autorizado el derribo de la vieja central, o, alternativamente, haber obligado al menos a conservar por completo sus fábricas externas? Fingir la protección sin cumplirla, en realidad, ha regalado a Madrid un edificio absurdo, una suerte de falsa opera prima, que exhibe una impúdica teatralidad, y realizada, en realidad, por unos septuagenarios. Ahora no tenemos ya ni vieja central ni una obra buena de los suizos, aún cuando algunos, con inconsciente alegría, hayan celebrado el grotesco collage.

Pero más grave es el caso que hoy nos enseña ya su lacerante realidad, el de los edificios de la calle de Alcalá, Sevilla y plaza de Canalejas, hoy derribados por completo excepto en sus pobres fachadas, ridículas en su precaria soledad. Vaya a verlas, lector, todavía está a tiempo, contemple en lo que se han quedado el antiguo edificio de Banesto y los que le siguen por Sevilla y hasta la plaza, cuando quedan reducidos a cadáveres incompletos, a pieles con poca carne y deshuesados, antes de que los nuevos interiores completen la impúdica taxidermia fingiendo cínicamente que el patrimonio se ha conservado. Cierto es que la conservación única de la fachada es algo ya tradicional, pero no menos cierto es que, en cuanto a protección patrimonial, tan sólo suele ser una farsa.

Podría admitirse, incluso, que la conservación de las fachadas, aunque hayan de quedar dramáticamente solas, pueda ser la solución en algunos y muy contados casos: cuando éstas son exquisitas y el interior inválido y sin provecho posible. Pero, en términos generales, es el edificio completo el que debe permanecer, aunque pueda ser transformado y modificado, incluso mucho. Y si no, el derribo, pues si la sociedad no confía en la arquitectura nueva, los arquitectos sabemos que podría comprobarse antes del derribo, y poniendo los medios necesarios, si lo nuevo va a ser más cualificado que lo viejo. Muchas de las edificaciones hoy protegidas fueron nuevas y no sólo: producto de la vigilancia municipal, de las aprobaciones que arquitectos como Ventura Rodríguez o Villanueva hicieron al final del siglo XVIII, y de la tradición de vigilancia cualitativa que el municipio aplicó, siguiendo las normas heredadas de aquéllos, en el XIX y buena parte del XX.

En Alcalá / Sevilla / Canalejas tan sólo cabe marcharse de allí con suficiente rapidez, olvidar así la condición precaria de unas fachadas cuya cruel soledad muestra trágicamente su escaso valor, que sólo podría ser grande si se conservaran realmente los edificios. Y esperar que los nuevos interiores no sean demasiado feos ni demasiado grotescos, ni demasiado distintos, acaso capaces de fingir con cierta fortuna la farsa teatral que se va a celebrar allí para siempre. Pero no esperemos gran cosa: milagros ni uno.

Pero todo viene de lo mismo: "Pasemos esta conservación integral a estructural (?) o a parcial (?), que si no los capitalistas, ¡pobres!, van a marcharse sin invertir", pensaron los munícipes. Y que se pueda derribar, no sólo ya todo el interior, sino también algunas de las fachadas. Que se mantenga, por ejemplo, la principal, que total, por detrás, ni se ve. Este ha sido el sofisticado pensamiento municipal aplicado para el gran gigante, el edificio España, frívolamente comprado y frívolamente vendido (¡justo a tiempo!) por el Banco Santander a un millonario chino, que ahora tiene en sus manos la patata caliente más grande del mundo.

Pues, dígannos ustedes, munícipes desaparecidos: ¿qué entienden por "fachada principal y parte de las laterales"? Esto es lo que se obliga a conservar, precisamente en un edificio completamente exento, con grandes chaflanes en las esquinas y de fachada absolutamente continua; esto es, en un edificio en el que resulta imposible definir un límite claro en cuanto a lo que se derriba y se conserva en sus fachadas. No hay dónde trazar una raya lógica.

El edificio España es arquitectónicamente mediocre, podría derribarse según esta consideración, pero está protegido, y la corporación saliente no se ha atrevido a desprotegerlo por completo, sólo a dejar la protección en precario, generando así un problema irresoluble. Parece ser que detrás de la nueva propiedad está Foster, según se ha dicho en la prensa. Pues, bien, yo les aseguro a ustedes que el peor Foster posible es mejor, arquitectónicamente hablando, que el edificio España. Y que no sería difícil conseguir, y controlar perfectamente, que aquí apareciera una cualificada nueva obra.

Ahora, bien, hay dos pegas muy grandes. Al parecer, las normas urbanísticas darían menos volumen a un edificio nuevo, disposición que protege al existente, o, al menos, a la farsa de que se
conserve. La otra es que, más allá de la calidad que pueda pensarse que el edificio tiene, muchos de los ciudadanos lo consideran patrimonial, parte de la identidad de su ciudad y hasta de ellos mismos, y tienen además a la ley de su parte. Esta última consideración, lógicamente, no permite farsas, o no debería permitirlas.

Pero, además, la corporación municipal saliente ha permitido el vaciado interior total y el derribo de la estructura de hormigón armado, lo que, dada la condición gigantesca del edificio, no es otra cosa que una verdadera temeridad, además de un importante despojo. Dice el profesor y arquitecto Ricardo Aroca (gran sabio y amigo) que podría realizarse una estructura vertical trasera capaz de conservar en equilibrio la fachada frontal y realizar la nueva estructura. Lo creo, desde luego, y más viniendo de quien viene, pero también sé que sería carísimo y muy arriesgado. También creí en su día al ingeniero Jesús Jiménez (igualmente sabio y amigo) cuando me aseguró que se podía dejar en vilo la fábrica de ladrillo de la central eléctrica del Caixa Forum, y tal y como lo dijo lo proyectó y se construyó. Ya sé, ya sé, que podría hacerse (son éstas unas respuestas típicas de los ingenieros como asesores de las obras de arquitectura), pero lo importante no es eso. Lo importante es que no debe hacerse. Que la conservación parcial de un edificio, la farsa, no es admisible, y mucho menos si es muy cara y muy arriesgada.

Imagínense, sólo por un momento, el derribo de la enorme estructura de hormigón, una vez construida la estructura nueva que ha propuesto el profesor Aroca. ¿Se imaginan el ruido, el polvo, las infinitas bajadas y retiradas de las toneladas de escombros, el riesgo, el tiempo...? ¿Qué habría que hacer con la Plaza de España, y con los demás aledaños, hasta que eso acabase? ¿Qué compañía aseguraría a los técnicos que dirigieran la obra y cuánto costaría ese seguro? ¿Se encontrarían realmente esos técnicos?

Ni que decir tiene que "desmontar" el edificio (demoler es la palabra correcta) y reconstruirlo, como la propiedad pretende, es una farsa nueva, la mayor posible. Sensatamente, la nueva corporación municipal lo ha descartado. Lo único sensato que nos queda es, pues, restaurar el edificio y olvidar la conservación parcial. Dejar en paz las fachadas y dejar en paz la estructura. Arreglarla y repararla, e incluso reforzarla, si lo necesita. Esto es lo más barato, lo menos arriesgado, lo más práctico y lo más rápido. Piénsese que, eliminados los interiores, incluso resulta relativamente sencillo derribar escaleras y ascensores y disponerlos de nuevo como se crea conveniente. Hay que aceptar, desde luego, que está la estructura antigua, eso sí, y que será, supongo, más gruesa de la cuenta, pero esta es una cosa que no resulta problemática para ningún proyectista y que está compensada con creces por el hecho de no tener que derribar.

En resumen, me permito recomendar a la nueva corporación municipal, que ha dado ya muestras de sensatez, que siga por el mismo camino y que prohíba todo lo que no sea conservar las fachadas y la estructura; es decir, rehabilitar y restaurar de forma normal. Incluso por encima de que haya existido un pacto comercial, pues éste no es una ley; incluso por encima de que el municipio ya hubiera dicho otra cosa, pues podría desmentirse en favor de la mejor solución, política, social y culturalmente hablando. Pues no hay perjuicio, ya que el único perjuicio posible es el económico, y la obra sin derribar es la más económica, y el aprovechamiento comercial el mismo. Además, ¿no habíamos quedado en que los edificios patrimoniales son meta-económicos? ¿No conocía el millonario chino esta característica, que se produce en cualquiera que sea el caso y el lugar?

Se dirá, claro, que sin derribar no se pueden hacer debajo grandes sótanos y, sobre todo, grandes garajes. Y que así desaparece parte del negocio previsto. Pero es preciso recordar que en la plaza de España hay un gran estacionamiento público y que, además, y por otro lado, no se puede permitir que se siga metiendo el automóvil, sistemáticamente, en la ciudad central. Esto es un gran error, ya de todos sabido, y alguna vez habrá que empezar en Madrid a resolver este problema. Considero, en todo caso, que es un asunto que la nueva corporación municipal no puede permitir.

Está, pues, por parte de quien escribe, bien claro. Sólo puede aspirarse a un mejor edificio nuevo, y si no, a una restauración del antiguo. Lo demás es riesgo innecesario, por un lado, y tomadura de pelo a los ciudadanos, por otro. Farsa absoluta en cuanto a la conservación del patrimonio urbano que el propio municipio ha dispuesto proteger.

(Publicado en el periódico "Ahora", 13-19 de noviembre de 2015)




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