martes, 12 de marzo de 2013

LA ARQUITECTURA PÚBLICA EN MADRID Y EN EL INICIO DEL SIGLO XXI

1. Podemos dividir la arquitectura pública de la metrópoli madrileña de los últimos años en varios apartados evidentes. De un lado, entre arquitecturas de nueva implantación y rehabilitaciones, pues estas últimas han sido, lógicamente y por fortuna, tan importantes, o más que las primeras. De otro lado, entre edificios públicos y vivienda, pues, como es bien sabido, han existido muchas promociones públicas también en el campo residencial, aunque no sea este campo un sector propiamente público, al menos desde el punto de vista del uso. Por mi parte, preferiría llamar “arquitectura pública” a la que es de uso público, y no a la que es de promoción oficial. Y a ella, a la verdaderamente pública, de promoción oficial, o de promoción particular, es a la que propia y mayoritariamente me voy a referir.
Aprovecho así para protestar del uso moderno y erróneo del lenguaje. A lo oficial, propio de las administraciones estatales, del nivel que sean, se le llama ahora “público”, cuando público es, en realidad, todo establecimiento abierto al público, por ejemplo, un bar. Una cosa es “público” y otra “oficial”, así como una cosa es “privado” y otra “particular”. Pues a lo que ahora se le llama “privado” no es otra cosa que lo particular, como antes se decía bien.
Podemos observar, así, que el campo de la arquitectura pública, que es tanto oficial como particular, se ha convertido casi únicamente en oficial, conversión que explicaría, quizá, el equívoco lingüístico antes comentado. Lo cierto es que las arquitecturas particulares que no son residenciales son únicamente las oficinas. Han desaparecido, casi, las arquitecturas verdaderamente públicas de promoción particular. En Madrid, y en los últimos años, tan sólo podemos anotar la realización del “Caixa Forum” dentro de lo particular, o relativamente particular, al tratarse en realidad de una Caja de Ahorros. Puede decirse, quizá, que se trata de una rehabilitación, al menos en el origen, y he de advertir que, en todo caso, me referiré en lo que sigue a las obras cuya arquitectura considero relevante o, al menos, digna de discusión, y no a aquéllas que estén exentas, o sean más dudosas, en relación a estas consideraciones.
Frente a este edificio, bastante pequeño, hemos de anotar, en la nueva planta y en la promoción oficial, a los Teatros del Canal (Comunidad de Madrid), los edificios de la UNED en Lavapiés (Ministeri o de Educación), el Museo de las Colecciones Reales (Patrimonio Nacional), la Ciudad de la Justicia (Comunidad de Madrid), el nuevo Palacio de Congresos (Ayuntamiento de Madrid). Los tres primeros se han realizado, aunque el tercero está sin acabar, y los dos últimos, iniciados apenas, se han parado por efecto de la falta de financiación a causa de la crisis económica. A ellos debemos añadir una cosa especial, ya realizada, que es el nuevo parque a lo largo de las márgenes del río Manzanares, al que se le llama “Madrid Río”.
En cuanto a las rehabilitaciones, y además del ya citado Caixa Forum, ha de hablarse de tres grandes realizaciones, todas ellas oficiales, la ampliación del Museo del Prado (Ministerio de Cultura), la conversión del antiguo edificio central de Correos en nuevo Ayuntamiento de la ciudad , la transformación del viejo matadero en centro de actividades culturales (ambos del Ayuntamiento de Madrid) y la conversión de las ruinas de las Escuelas Pías de San Antón en el nuevo edificio del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid y de algunos equipamientos municipales.
En cuanto a la vivienda pública, casi toda ella promovida por el Ayuntamiento (EMV) , y muy abundante, cabe distinguir entre las promociones que se encargaron a autores considerados famosos y de gran prestigio y las que fueron simplemente objetos de concurso, pero este asunto, de gran envergadura e importancia, queda fuera de las intenciones y de la posible amplitud de este texto.
Debería añadirse, todavía, un gran proyecto urbano, ya realizado a una determinada escala y hecho público, pero del que no sabemos todavía si verdaderamente tendrá un mínimo futuro: la prolongación de la Castellana más allá de su hoy horroroso e inadecuado final.

2. Considero que las realizaciones de nueva planta acabadas o muy avanzadas han tenido una fortuna arquitectónica y urbana especialmente alta, y han favorecido así a la ciudad y a sus valores urbanos y físicos. Me refiero a los Teatros del Canal, realizados por Juan Navarro Baldeweg, a los 2 edificios para la UNED, realizados por José Ignacio Linazasoro, y al Museo de las Colecciones Reales, aún en marcha, pero muy avanzado, y realizado por los arquitectos Luis Moreno Mansilla (tristemente desaparecido el año 2012) y Emilio Tuñón.
Sobre los Teatros del Canal (edificio producto de un concurso restringido) caben, quizá, unas dudas no del todo arquitectónicas, o, al menos, acerca de las cuales quien escribe no puede, ni quiere, resolver. Esto es, si la institución tiene verdadero sentido, si puede ser económicamente sostenida por la Comunidad; o si, incluso, hay actividades suficientes para justificar la existencia misma de ese gran edificio. Ignoro la respuesta a estos asuntos, que son de carácter político y administrativo, y sobre los que carezco de criterio. Espero y confío en que, ya que se ha hecho, esta promoción tenga sentido, pues las dudas que en su día parecía manifestar la Comunidad parecían apuntar hacia esta dirección.
Lo que puede asegurarse, por mi parte, es que desde el punto de vista urbano y arquitectónico la operación es francamente positiva. Creo que el lugar urbano ha quedado muy favorecido por la nueva presencia, tanto desde las consideraciones volumétricas y visuales, como desde el propiamente urbano. El lugar, un sitio tan central como importante, en la esquina de dos calles anchas y buenas, creo que agradece la mayor vitalidad que le da el nuevo edificio de equipamiento público.
Por otro lado, y como arquitectura, es una buena contribución, quizá menos brillante desde el aspecto figurativo externo, aunque es preciso observar que el criterio de respeto a una posición urbana normal, de edificio medianero y en esquina, compatibilizada con la libertad volumétrica, me parece especialmente logrado. Pero, figurativa y espacialmente, los interiores son más brillantes que el exterior, y ello tanto en los vestíbulos y lugares de pasos perdidos (en los que se ha obtenido muy buenas cualidades formales con medios materiales y formales escasos, siguiendo inteligentemente lecciones a la manera de Aalto, Scharoun y hasta Stirling) como en las dos Salas principales, muy diferentes y muy logradas.

3. Las tres realizaciones para la UNED en Lavapiés por parte de Linazasoro son también muy cualificadas. Digo 3, porque está el edificio de oficinas y enseñanza, la rehabilitación de la ruina de la Iglesia para biblioteca y el diseño de la plaza. Ha sido también un lugar en el que la buena arquitectura contribuye notoriamente a una importante mejora de la ciudad. El edificio tiene un volumen urbano completamente convencional como tal volumen, pero absolutamente cualificado por una fachada enormemente lograda, que puede defenderse incluso como un ejemplo paradigmático para el casco antiguo, desde el punto de vista figurativo y formal.
En la rehabilitación de la Iglesia para Biblioteca, se ha tomado la posición de valorar la ruina existente como tal ruina; esto es, valorando su gran dramatismo y monumentalidad, y superponiéndole los elementos necesarios para la rehabilitación según una idea de contraste moderno. Podría haberse tomado otro método, u otro punto de vista, pero, dado el excelente resultado, es posible afirmar que este haya sido, probablemente, el mejor posible.  Punto de vista, coincidente, por otro lado, con la convención contemporánea que se considera más adecuada y “ortodoxa”, por lo que no puede dar lugar a la protesta de nadie. Esta actuación me parece ejemplar en su conjunto, y tanto desde el aspecto institucional como desde el urbano y arquitectónico.

4. El Museo para las Colecciones Reales, de Mansilla y Tuñón (producto de un concurso que tuvo aspectos muy conflictivos entre los participantes, como se recordará) está todavía en marcha, como es bien sabido, aunque puede verse ya tanto su impronta sobre la imagen de la cornisa histórica madrileña, como (si se visita) el aspecto esencial de sus futuros interiores. Aunque sé que las mentalidades conservadoras, y en buena media ignorantes, dirán (y ya han dicho) que el edificio empeora, o atenta (como si fuera un terrorista) contra la imagen de esa cornisa, ello no es verdad, como puede comprobar quien vaya a verlo y tenga un mínimo criterio. Lo que sí que atenta, verdaderamente, contra la imagen de la cornisa es la torpe neo-catedral, y esto ya no tiene remedio alguno.
La visión externa del nuevo museo, a modo de un basamento para un templo que no se lo merece y que continúa con eficacia el del Palacio Real, consigue plantear una convención moderna en cuanto a la imagen –neutralidad figurativa, simplicidad, abstracción,…- y lograr que, al tiempo, ésta se convierta, igualmente, en una imagen con un cierto carácter clásico, concretamente dórico, en una poderosa y atractiva columnata que no pretende otra cosa que la manifestación de su obsesiva y lograda cadencia. Es una imagen que no es ni antigua ni moderna, o que –si se prefiere- es las dos cosas. Y está tan atenta a su importante lugar como al tiempo en que se produce.
Si soy leal a la realidad, he de reconocer, sin embargo, que no me ha parecido tan bien la visión externa menos importante; esto es, la que es lateral y próxima y da a la cuesta de la Vega. Ahí los arquitectos se han dejado llevar por la idea de exhibir la sección y esto no me ha parecido logrado. Es un gesto moderno que considero erróneo; creo que era mejor haberse preguntado por el modo en el que el tema principal podía dar la vuelta a su esquina, tal y como hacían los arquitectos clásicos.
Pero, por otro lado, están también los interiores de este edificio, concebido con toda lógica como lo que en realidad es, un gran muro de contención, y es preciso reconocer que éstos, en su simplicidad, son espléndidos. Como ya he dicho, pueden apreciarse ahora en su esencia aunque no estén acabados, y aunque les falten las joyas que en su día van a contener y que aumentarán mucho su atractivo.

5. La otra realización pública, del Ayuntamiento de Madrid, no es arquitectónica sino urbana, y es el gran parque lineal a lo largo del río Manzanares, llamado “Madrid río”, y proyectado y construido por los arquitectos Francisco Burgos, Ginés Garrido, Fernando Porras, y sus equipos.
Resulta imposible olvidar el hecho de que este parque es un disimulo o coartada, un disfraz, para el enterramiento de la autovía “M-30”, tan cara y tan absurda. El hecho de que ya que esta obra se hizo haya supuesto que se haya hecho encima de ella un parque, probablemente esté bien, como especie de compensación. Pero ello no nos va a hacer olvidar –no me lo hace olvidar a mí, al menos- el absurdo asunto del enterramiento de la autovía.
Absurdo porque una autovía se deja o se quita, no se entierra. Las soluciones de ingeniería, los milagros técnicos, no son sino engaños. Habrían cabido al respecto dos soluciones. Una de ellas es eliminar la condición de autovía sin eliminar la gran calle. Esto es, reducir su sección de tránsito rodado, poner semáforos y pasos de cebra, convertir la autovía en una calle-parque, siguiendo ejemplos ya muy consolidados en Madrid, como es la Avenida de la Ilustración, de un lado, o la calle de Arturo Soria, de otro.  O la propia Castellana, sin ir más lejos.
Otra de ellas era la de eliminar la vía como gran calle y pasar a realizar una calle de orden menor, con muy poca capacidad de tránsito, pero con algo de capacidad, y ajardinarlo todo convenientemente. Esta segunda solución hubiera podido ser muy parecida a la realización actual, si bien hubiera pasado por entender que la M-30 se podía eliminar como vía importante de tránsito rodado. Personalmente pienso que este hubiera sido positivo para la ciudad, aunque hubiera exigido otros ajustes. Y creo que también hubiera sido positivo para el diseño urbano concreto, pues hubiera sido también una vía parque, lo que creo que lo hubiera mejorado al darle un argumento urbano de carácter normal. A lo mejor, más parque que vía, en este segundo caso, pero vía al fin.
Porque, a mi entender, lo peor de “Madrid río” (siendo en sí mismo positivo, y también en su diseño, entendámonos) es esa sensación de tener que convertirse en una suerte de “paraíso”, en vez de en un simple parque, obligación que viene, naturalmente, de compensar el infierno oculto sobre el que se asienta y al que tapa. Como debajo está el absurdo túnel, tan siniestro en sí mismo y que ha costado tanto dinero, que está además sin pagar, resulta necesario hacer arriba un “cielo”. Es como lo que ocurre en la famosa novela de H.G. Wells, “El túnel del tiempo”, cuando el protagonista va al futuro y encuentra un paraíso verde, con arquitecturas clásicas y maravillosas, y gentes rubias y bellas, que triscan y cantan por su verde jardín. Hasta que se da cuenta de que, los que mandan, son oscuros y feos, y viven, con sus máquinas, en negros subterráneos. Y que, de vez en cuando, cazan a los rubios y bellos de la parte superior, y se los comen, pues éstos no son más que el ganado.
Un trauma semejante parece que ocurre en la M-30: la existencia de un infierno inferior que exige un paraíso superior. Lo de arriba no puede ser un simple parque, ha de ser algo especial. Y, sin embargo, lo bueno sería que fuera un simple parque.
Así, pues, la característica que llama principalmente la atención es la de la espectacularidad formal del nuevo parque, cuestión que viene de lo ya dicho, por un lado, y del modo algo mentecato en el que se quieren y se hacen las cosas ahora, en el mundo contemporáneo, por otro. Los parques, a mi entender, deberían de ser más sencillos. No pueden ser tan sencillos como en el Reino Unido o en el norte de España; esto es, con hierba y árboles, simplemente, puesto que la hierba no debe de plantarse en Castilla, y, así es de agradecer que en este caso se haya hecho un importante esfuerzo para plantar un jardín castellano, y evitar el césped. Pero todo es en “Madrid Río” muy complejo y variado, demasiado barroco, y buscando con frecuencia lo que, hace tiempo, se llamaba “Folie”. El síndrome del concurso del parque de “La Vilette”, en París, ya de hace tantos años, sobrevuela todavía el caso que nos ocupa.
Aunque ello no quiere decir que el resultado esté mal, ni mucho menos. El encontrar en Madrid un nuevo e inmenso parque –el gran tamaño es, desde luego, una de sus características muy positivas, probablemente la que más-  es extraordinariamente atractivo y la espectacularidad y la obsesión de forma y de variedad de su tratamiento no son, en realidad, defectos. Se trata, simplemente, de un disentimiento por mi parte en relación a lo que hubiera sido, a mi entender, un más adecuado carácter. Encontrar en el río algo así como un trozo del Retiro, de la Dehesa de la Villa, o del Monte de El Pardo, hubiera sido, opino yo, más satisfactorio. Quizá era imposible, no sé.
Por otro lado, hay un cultivo del detalle y de su sistemática, expreso en las obras realizadas en piedra –bordillos, bancos, muros, etc.- que es enormemente acertado y que cualifica la obra y le da una atractiva continuidad. Y que en buena medida contrarresta la excesiva variedad antes comentada. Me parece que esto es algo muy importante y que es capaz de hablarnos de la alta calidad de los proyectistas más que las cosas singulares.
Entre éstas, lo más aparatoso son los puentes, y quizá sean ellos los que más trasmiten la idea de espectacularidad innecesaria y de excesiva variedad, caracterizando y contagiando a la totalidad. Pero es preciso reconocer, además, que el más pretencioso y el peor no es un puente de un ingeniero, sino de un arquitecto. Eso sí, de un arquitecto francés, Dominique Perrault, uno de los falsos valores típicos de la arquitectura contemporánea. Resulta bastante difícil de entender por qué a este prescindible personaje se le ha pedido que se meta a mal ingeniero y peor escultor, cuando precisamente la arquitectura que mejor hizo fue siempre, y únicamente, la de tradición miesiana y racionalista. La espectacularidad de la pasarela de Perrault inunda y contagia todo, teniendo el peligro de convertirse en el emblema mismo de la actuación.
No obstante, quedémonos finalmente con lo mejor: tenemos en Madrid un nuevo y grandísimo parque, capaz de poner en valor incluso al aprendiz de río. No se nos olvida que ha sido hecho para tapar, y hacer olvidar, un infierno. Pero, algo es algo, y es bastante.   

6. Dentro de las grandes obras de nueva planta están las que, probablemente por ambiciosas, han sido interrumpidas por falta de financiación a causa de la crisis económica. La principal de ellas es la llamada “Ciudad de la Justicia”, a construir en unos terrenos muy periféricos, contiguos a la última ampliación del aeropuerto de Barajas, la terminal “T-4”.
El hecho mismo de la “Ciudad de la Justicia” me ha parecido siempre una idea muy mala precisamente por este emplazamiento periférico, que evita todas las ventajas que la ciudad significa, sobre todo las ligadas al transporte público, aunque no sólo, desde luego. No se entiende por qué la administración de la Justicia pensó en esta posibilidad, ni tampoco por qué el Colegio de Arquitectos la aceptó y colaboró con ella.
La administración del Estado tiene en Madrid importantes edificios abandonados, o en uso parcial o innecesario, que hubieran podido evitar esta idea periférica de la “Ciudad de la Justicia”. Completamente abandonado se encuentra lo que fue el Hospital Militar “Generalísimo Franco” (resulta un fastidio, dicho sea de paso, tener que referirse todavía a nombres como éste), que ocupa nada menos que una manzana del ensanche (la de Isaac Peral, Joaquín María López, Hilarión Eslava y Donoso Cortés), teniendo incluso algo de espacio libre sin edificar. Éste podría haber sido una de las bases de la nueva “Ciudad de la Justicia”, y está en un emplazamiento extraordinario.
Pero, además, muy cerca (a diez minutos andando) está el semi-ocupado (o el fingidamente ocupado) Parque Móvil, en otra espléndida situación, con fachada principal a Cea Bermúdez. Creo que en este caso, y aunque el frente no es tan grande, la superficie en planta es mayor que una manzana, pues en realidad coge dos. Y resulta bastante fácil buscarle sitio en la periferia a un garaje para los coches oficiales, suponiendo que esa cuestión sea necesaria. Con ello tendríamos más de dos manzanas del ensanche, y muy cercanas, para dedicarlas a los espacios madrileños de la Justicia. Es muy probable que fuera suficiente.
Pero, si no, queda todavía una importante posibilidad, la del antiguo “Ministerio del Aire”, hoy Cuartel General (?) del Ejército del Aire, que podemos imaginar ocupado tan sólo en parte, y que si no, tanto da. Cuando los tres ministerios franquistas del ejército se convirtieron en uno, el de Defensa, ganaron, insólitamente, un cuarto edificio, el que fue Información y Turismo en la dictadura y luego Cultura, en la democracia, en la prolongación de la Castellana. Pues ahora sería bien sencillo obligar al ejército a replegarse a 3 edificios, o a buscar otro cualquiera entre los múltiples que tiene abandonados y sin uso. Eso, suponiendo que el ejército siga siendo necesario y no una ficción.
El viejo edificio franquista de Gutiérrez Soto tiene bastante carácter para recibir el letrero “Palacio de Justicia”, bastante más que para el uso actual. Parecería incluso hecho en origen para ese nuevo uso, si así fuera. Se vería bastante, y hasta nos convencería, quizá, de que la Justicia podría funcionar. Sea como fuere, ya ven: más de tres manzanas, en el mismo barrio, muy cerca, que podrían haber soportado la “Ciudad de la Justicia”, en vez de llevársela a la periferia. Debemos a la crisis económica alguna ventaja, y no sólo inconvenientes, como es ésta de haberse cargado la “Ciudad de la Justicia”. Todavía estaríamos a tiempo para que se hiciese algo de lo que digo, o cosas semejantes.
Pero, como es sabido, no acaba aquí la cosa. Se celebró un importante concurso destinado a los terrenos de la periferia, auspiciado por el Ministerio de Justicia, la Comunidad de Madrid y por el Colegio de Arquitectos, organismos todos ellos que habían aceptado, y hasta inventado, la disparatada situación fuera de la ciudad. Pero encima, un jurado que prefiero no recordar dio el premio a una propuesta del equipo de los arquitectos Frechilla y López-Peláez, buenos y cultos profesionales, que propusieron, como es bien sabido, y sin embargo, una “Ciudad de la Justicia” compuesta por edificios obligadamente ¡de planta circular!
La locura del emplazamiento se completó con esta otra de la forma planimétrica. Los edificios no son casi nunca redondos, salvo que sean plazas de toros, iglesias centrales, y, acaso algunos otros, en casos muy especiales. Incluso las iglesias centrales nunca fueron muy convincentes y se hicieron muy poco. La forma circular no es muy propia de las edificaciones, aunque, tercamente, haya arquitectos, supuestamente buenos, que la sigan empleando en algunas ocasiones. Puede recordarse que Sáenz de Oíza, Carvajal, Higueras, Navarro Baldewg, Fernández Alba, Moneo,… hicieron o proyectaron edificios redondos, pero eran al menos singulares y aislados. Lo que nunca había propuesto nadie era una sistemática completa de edificios no singulares y todos ellos de planta circular. Lo cual no quiere decir que no sea una propuesta bella –los dibujos del concurso eran muy bonitos; si no, no lo hubieran ganado-, o que los edificios redondos no sean bellos. Lo malo es que además de bellos son absurdos y, además, un poco tontos. Al menos, tomados en su conjunto.
Lo cierto es que, también desde este punto de vista, la recesión económica nos ha librado, al menos de momento, de un notable disparate. 

7. Un nuevo edificio de Palacio Municipal de Congresos, contiguo a las “cuatro torres”, fue convocado por un concurso, con un jurado que también prefiero no recordar, y que le dio el premio al proyecto de Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón, proyectistas que normalmente tienen resultados muy convincentes,  que quien escribe suele admirar y que antes elogió.
Pero no puedo pensar, en este caso, que un disco puesto de pie, una suerte de gran rueda, por mucho que aspire y hasta logre representar al sol, pueda llegar a ser un buen edificio. Me parece que todas las cosas, incluso el formalismo contemporáneo, y hasta el sentido del humor, tienen su límite, y creo que este es uno de ellos.
Cierto es, lo sé, que un redondel gana algo de racionalidad, en alguno de sus aspectos, si se pone de pie, ya que sus estratos horizontales –sus plantas- no quedan afectados por las rigideces de la forma redonda. De todos modos, la traidora geometría circular también te vence en este caso, pues te va obligando a que las plataformas horizontales tengan el tamaño irracional que el círculo dicta. ¿Se veían tan seguros los autores de lograr algo enormemente cualificado? Pues sólo esto podría perdonar un formalismo tan exacerbado. Ya que el formalismo sólo alcanza sentido, verdaderamente, si consigue ser olvidado; esto es, si consigue que, finalmente, la forma parezca un resultado y no un punto de partida. Muy difícil hubiera sido, en este caso.
No obstante, esta promoción ha sido llevada también por el viento de la recesión. No sabemos si volverá al compás de nuevos tiempos más felices, si es que éstos llegan a aparecer.

8.   En uno de los últimos números de la revista “Arquitectura”, que dirigía, quien escribe dedicó un artículo crítico al edificio del “Caixa Forum”, de los arquitectos suizos Herzog y De Meuron. Quien esté más interesado puede buscarlo allí, pues aquí se hará algo más resumido.
Y distinto. Me parece importante tratar aquí el hecho de la falsa conservación de un edificio patrimonial, asunto que está en la base misma de esta actuación. No sé si los restos del viejo caserón que en su día fue una central eléctrica merecía o no ser un edificio protegido. Pero, si era así –al menos, por hipótesis-, debería de haberse conservado. Y, si no, resulta algo superfluo que se haya utilizado como un pretexto proyectual, más o menos conceptualista. La central eléctrica ya no existe, se ha convertido en un lacerado cadáver, por lo que la conservación patrimonial ha sido defraudada. ¿No hubiera sido mejor que se hubiera permitido hacerla desaparecer, y que así el nuevo proyecto hubiera sido intelectualmente más honrado al haber tenido que buscar su inspiración en otro asunto más razonable y atractivo?
Porque utilizar la cáscara de la vieja central para representar el milagro de cortarla por su base y de dejarla suspendida en el aire como un tema formal pretendidamente insólito, permítanme decir que no es otra cosa que un chiste malo. Es un chiste casi tan malo como el de la plaza de Castilla, con las torres que se caen y que no acaban de caerse, y que, como tal chiste, se convierte en repugnante cuando dura, y dura, y sigue durando. Pues la arquitectura tiene esa característica bien conocida de su absoluta terquedad, de que no cambia nunca, por lo que sus temas formales necesitan aguantar bien el paso de un tiempo cruelmente invariable.
No creo que, tampoco, el edificio del Caixa Forum haya vencido el problema primario de composición que los arquitectos mismos se plantearon al hacer crecer el volumen hacia arriba. Creo que han fracasado en este tema tan claro sencillamente por completo, y que el resultado sólo puede satisfacer a los aficionados más viciosos a un “collage” moderno-antiguo, ya bastante pasado de moda.
 Por otro lado, y para acabar, me parece bastante decepcionante el detalle muy importante de que, al llegar a la cafetería, en el piso alto, las planchas de acero cortén se agujerean para dar algo de luz y de vista, pero no se retiran lo suficiente para ofrecer la espléndida vista que se podría tener sobre el Jardín Botánico y el sector Este de la ciudad, y que haya de verse esto tan sólo mirando por un agujerito. Creo que el formalismo brilla así, en este edificio, mucho más que la calidad, y que para esto no hacía falta traerse a personalidades extranjeras supuestamente brillantes. Y, por cierto, sin concurso.
Ha sido este tema una gran decepción.

9. Las otras rehabilitaciones han sido mucho más importantes y, por fortuna, y a juicio de quien escribe, mucho más cualificadas.
La primera es la ampliación del Museo del Prado, de Rafael Moneo, después de un concurso de ideas con programa libre y de otro restringido a los seleccionados en aquél y con un programa muy estrictamente condicionado.
La ampliación ha resuelto las carencias funcionales que en el Museo eran endémicas (falta de salón de Actos, de salas de exposiciones, confusión en los accesos, falta de servicios varios,..), logrando ordenar muy adecuadamente un espacio disponible bastante limitado, de una parte, y saneando de una manera muy satisfactoria los espacios urbanos de la trasera del edificio, de otra.
Quien haga memoria recordará que el edificio de Villanueva, traicionado en su revolucionaria tipología por las retrógradas reformas de Arbós, primero, y de Chueca y Lorente después, que tergiversaron su disposición originaria exenta y sin patios, presentaba una trasera muy desafortunada, y en la que los nuevos volúmenes que lo habían empeorado fingían figurativamente que eran originales, como si el tiempo no hubiera transcurrido y la ignorancia hubiera sido inocua. El edificio se resentía de un encuentro con el terreno que continuaba indeciso entre la horizontalidad y la condición inclinada, y que para resolverlo había ido convirtiendo su trasera en una suerte de gigante “patio inglés”.
Nada que ver con el orden urbano, la limpieza espacial y volumétrica y la adecuación que hoy vemos. El “jardín de los arrayanes” de la cubierta ha domesticado la superficie semi-subterránea de la ampliación, que entesta adecuadamente con las fachadas espurias, y que libera mediante un patio el ábside vilanoviano, que había sido tan disminuido y puesto en duda por aquéllas. La peatonalización de la calle Ruiz de Alarcón ha quedado valorada con la convincente unión entre el volumen nuevo en torno al claustro y la Iglesia de los Jerónimos, y todo este sector urbano brilla hoy con un orden que ha desterrado la vieja inadecuación y el tradicional abandono que antes le era propio.
Ha habido muchos que criticaron aspectos figurativos tanto exteriores como internos, y acaso sea cierto que haya en la ampliación cuestiones visuales no del todo logradas, o convincentes, no sé.  No me parecen importantes al lado del orden y de la adecuación que hoy todo respira, y que han logrado hacer del Museo del Prado una institución física y arquitectónicamente a la altura de la colección de pintura más importante del mundo.
Creo que Madrid está en este caso de enhorabuena.

10. Como creo que lo está también en el caso del nuevo Ayuntamiento, al menos en lo que hace a lo arquitectónico, y sin que aquí se vaya a rozar en absoluto ni lo político ni siquiera el tema de las actividades o de los contenidos.
El equipo de Francisco Rodríguez de Partearroyo (“Arquimática”) ganó el concurso para la conversión en nuevo Ayuntamiento y en Centro cultural municipal el edificio que fue Palacio de Comunicaciones, casa central de Correos, de los arquitectos Palacios y Otamendi.
No es éste el único caso en el que la arquitectura de Antonio Palacios tergiversa un tanto el carácter del edificio. Ya el Banco del Río de la Plata, luego Banco Central, en la calle de Alcalá, resultaba paradójicamente idóneo, al menos desde el punto de vista figurativo, para haber sido la sede del Tribunal Constitucional, como en un principio se pensó, aunque luego se convirtiera en sede del Instituto Cervantes, no tan apropiada para ocuparlo, desde el punto de vista del carácter. Las gigantes columnas corintias y las cariátides hacían esperar un contenido  más apropiado.
El Palacio de Comunicaciones, en cambio, ha llegado a ser el Ayuntamiento de Madrid que siempre había parecido ser, con la desplegada e institucional ocupación del gran chaflán de la plaza de Cibeles, el centro de la ciudad, y la presencia de la monumental torre del reloj. A ningún visitante de Madrid se le ocurrirá ya nunca que ese edificio haya podido ser otra cosa que el Ayuntamiento de la Villa y Corte. En este sentido, la operación municipal me parece muy acertada, más allá de lo que pueda ser razonable o no en cuanto a política de inversiones, o a otros asuntos de carácter político y administrativo.
Creo que el arquitecto Rodriguez de Partearroyo y su equipo han hecho una obra lógica, pulcra, bella y adecuadamente sistemática, y ello tanto en lo que ésta tiene de recuperación y de restauración de los espacios originales, como en aquellas operaciones de transformación que han sido necesarias, como es la del nuevo Salón de sesiones del Consistorio o la conversión en un interior cubierto del patio de cartería, por hablar tan sólo de las dos transformaciones más importantes, entre las múltiples, delicadas y dificultosas que esta gran rehabilitación ha tenido.
Lo que me parece algo ridículo es que en el edificio no se haya puesto el letrero de “Casa Consistorial”, y tenga el tontísimo de “Centro-centro”, aludiendo tan sólo a la condición de institución cultural y no a la municipal. Como si se le tuviera miedo a esa confesión y siguiendo una moda muy contemporánea de edificios ágrafos o analfabetos.

11. La rehabilitación del antiguo matadero municipal, construido por el arquitecto del Ayuntamiento Luis Bellido y Gonzalez (de 1907 a 1925) es otra de las operaciones municipales importantes, en este caso, sobre todo, por su gran tamaño. Hay que decir que, en muy buena medida, el hecho de que esta operación saliera adelante de modo positivo, se debe a la inteligente gestión del arquitecto Carlos Baztán Lacasa, que también intervino muy directamente en el tema de la transformación del edificio de Correos en Casa Consistorial, así como en la gestión del concurso de los Teatros del Canal. Baztán, cuya meritoria y brillante gestión comenzó, ya hace mucho tiempo, en la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Cultura, trabajó también en la Comunidad de Madrid, y después en la Concejalía de las Artes del Ayuntamiento; y, recientemente, ha sido despedido de su puesto, lo que se ha hecho, sin duda, para agradecerle los servicios prestados. El Ayuntamiento de Madrid es así.
La rehabilitación del matadero para centro cultural -casi podríamos decir que para sistema de centros culturales- plantea al Ayuntamiento y a la propia ciudad el reto de que adquiera una verdadera vitalidad, de que se produzca, verdaderamente, una ocupación real de tan gran cantidad de recintos. Esto es, que la conservación de estas arquitecturas eclécticas de meritorio valor no se quede en una cuestión pura o abstracta, de simple salvaguarda patrimonial, sino que el uso real pueda ser capaz de justificar por sí mismo la pertinencia de la operación. El tiempo nos lo irá diciendo.
Una cualidad interesante del matadero es la de que su gran área se ha unido ahora, con cierta naturalidad, a la operación del parque “Madrid Río”, y de modo que ambos elementos, gran recinto cultural y parque, se apoyen y contribuyan al hecho de una ciudad urbanísticamente más rica y de mayor y atractiva complejidad. De otro lado, algunas de las obras de rehabilitación concretas han sido bastante interesantes, tales como la de Arturo Franco en algunos de los pabellones, y la de José María de Churtichaga y Cayetana de la Quadra-Salcedo, en la realización de la Sala de Cine, y han aumentado así satisfactoriamente los valores del conjunto. 

12. El Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid ha abandonado su sede tradicional de la calle de Barquillo, como es bien sabido, y ha pasado a ocupar el nuevo edificio de la calle de Hortaleza, en el solar de lo que fueron en el pasado las Escuelas Pías de San Antón. Ello después de un concurso, ganado por el arquitecto Gonzalo Moure, que realizó la obra y la finalizó en 2012.
El edificio surgió de un acuerdo con el municipio, a quien pertenece en realidad, teniendo el Colegio de Arquitectos una concesión por 70 años. El conjunto consta del Colegio y de algunas partes construidas por acuerdo y directamente para el municipio, como es una Escuela de Música, una Escuela Infantil y una piscina municipal. No podemos saber ahora –ni lo sabremos nunca, pues pasaremos en su momento a criar malvas- si el Colegio de Arquitectos ha hecho bien o mal en este acuerdo. No son buenos tiempos para los Colegios profesionales, y mucho menos para el nuestro, pero aventurar su futuro al plazo que sea es sencillamente imposible.
En el sentido urbano, creo que la realización del nuevo Colegio de Arquitectos ha sido una buenísima operación, pues ha transformado una siniestra ruina del casco antiguo, y un siniestro lugar, en un edificio y un lugar resplandecientes. Esta zona de la ciudad, la calle de Hortaleza, es uno de los sectores centrales madrileños todavía fuertemente degradados, en cuanto a su aspecto y su conservación, por lo que la transformación que el Colegio ha supuesto ha beneficiado al sector de forma extraordinaria. El Colegio refuerza la calidad de la ciudad y de su casco antiguo al afianzarse en el centro y no huir a la periferia. El cambio en la imagen de la calle trasmite la calidad de la renovación en forma elocuente.
Arquitectónicamente hablando, se trata en realidad de un edificio de nueva planta, pues de las antiguas Escuelas Pías sólo quedaba una fachada, de composición muy simple, y cuyo tratamiento material y de cierre también ha necesitado ser nuevo. La imagen urbana es, pues, más o menos la misma, si exceptuamos el notable cambio que supone pasar del abandono y la suciedad a las superficies nuevas y a la limpieza.
El conjunto realizado por Gonzalo Moure ha tenido, a mi entender, dos características positivas principales. La más básica e importante, la de tratarse de la ordenación de un conjunto en torno a un gran patio; esto es, un asentamiento tradicional que revela su vigencia moderna y que mejora la tradición convencional al realizarse mediante una arquitectura abierta y transparente tanto a la circulación como a los usos.  Ver el Colegio desde fuera es sentir y en gran parte ver el gran patio jardín interior, y estar dentro es también gozar de la relación matizada e inmediata con el espacio urbano. Madrid, una ciudad de patios, casi siempre convencionalmente ocultos, enseña así esa condición sureña y mediterránea que su posición geográfica tiende a no revelar, y en el nuevo Colegio se ha hecho mediante una interpretación que ha unido armónicamente antiguo y moderno, y que honra así a la institución colectiva de los arquitectos, y muy concretamente al proyectista, por haber sido capaces de llevarla a cabo.
La otra buena característica es estilística. Se trata de que, en nuestros eclécticos y figurativamente tontos tiempos, alguien decida lúcidamente seguir siendo moderno –moderno de los maestros-, esto es, seguir la tradición racionalista, muy concretamente miesiana, y sacarle partido estilístico a esa tendencia, cuyos logros formales no están agotados, aunque sean conocidos. El edificio opone así su modernidad literal a los valores formales del casco antiguo, y obtiene gran éxito en ello, pues el racionalismo no es otra cosa –desde hace mucho tiempo- que un nuevo clasicismo.
Un matiz importante de esta posición moderna es el valor que el edificio ha dado a la construcción material y muy concretamente a la estructura.  Como edificio moderno y de tradición miesiana, la estructura resistente toma un valor muy intenso, pasando a ser en el interior el material figurativo más intenso, casi único.
La operación, pues, es excelente, al menos desde un punto de vista abstracto; esto es, arquitectónico y urbano. Deseamos al Colegio, en primer lugar -al haber sido quien se ha arriesgado y financiado la operación- y al Ayuntamiento y a la propia ciudad, un éxito también completo desde el punto de vista concreto del equipamiento y el servicio ciudadano.

13. La prolongación de la Castellana es la operación urbana más importante proyectada por el municipio. Con unos esquemas urbanos no demasiado convincentes y procedentes del arquitecto Ricardo Bofill, primero, y hace ya años, y con un diseño nuevo realizado por el equipo formado por José María Ezquiaga e Iñaqui Ábalos, hace poco tiempo, el importantísimo eje de la capital pretende prolongarse más allá de su hoy precario final en el aparatoso nudo de tráfico que a la altura del Hospital de "la Paz" conecta la calle con la M-30 y con las carreteras de Colmenar y de Burgos.
La primera virtud de esta importante prolongación, si llegara a hacerse, sería precisamente la de destruir este estúpido final de la avenida, hoy insensatamente confiado a una tonta y fea  solución ingenieril del tránsito rodado en vez de a un diseño de carácter urbano. La entrega de la ciudad a los ingenieros y a las empresas de obras públicas, que han sacado con ello pingües beneficios, es una de las principales y más siniestras características de la gestión municipal madrileña, que ha conseguido así, modernamente, la ciudad más plagada de túneles y de errores urbanísticos de carácter ingenieril.
Por otro lado, el diseño proyectado por el equipo de Ezquiaga y Ábalos supera con creces, como era lógico esperar, tanto la posición del limitado proyectista catalán como la de los ingenieros y empresas de obras públicas, presentando soluciones mucho más atractivas. Han sido soluciones muy concretas, incluso desde el punto de vista arquitectónico, y figurativamente interesantes. La duda que nos asalta al contemplarlas resulta evidente: ¿resistirá la ciudad, sin mucha merma de la calidad prometida, las arquitecturas reales que en su día aparezcan allí cuando este anteproyecto se convierta simplemente en ordenanzas? Se dirá que es lo que pasa siempre con cualquiera que sea el planeamiento urbanístico, y se estará así cerca de la verdad, desde luego, lo que no le quita un ápice de importancia a este asunto. Dada, sobre todo, la condición ordinaria y poco cualificada de la arquitectura profesional y comercial contemporánea.
Pero ésta sigue siendo una cuestión "abstracta", dicho esto en el sentido que se ha empleado antes; esto es, correspondiente a la arquitectura y a la imagen y la forma de la ciudad. Hablando de cosas más concretas, esto es, del funcionamiento de la ciudad misma, hay otra importante duda que nos asalta cuando pensamos en la prolongación de la Castellana.
 Si se compara el Paseo de Recoletos y el de la Castellana con la Avenida Diagonal de Barcelona, por ejemplo, calle similar en aquella ciudad, se recordará como esta última es de una vida urbana más intensa, tiene más comercios, más actividad, más vitalidad general y más atractivo para el viandante. Quizá sea ello porque la Diagonal barcelonesa corta directamente el ensanche, lo que en Madrid no es ya tan exacto.
Pero si vamos en Madrid a lo que se conoce como la prolongación de la Castellana, desde los Nuevos Ministerios, recordaremos con facilidad que la vida urbana de esta calle es más que precaria, si se descuenta su condición de vía de tránsito privado y público. Los comercios son escasos y la vitalidad ínfima. Y si se va más allá de la plaza de Castilla, la cuestión se agrava notablemente.
Así, pues, la nueva prolongación de la Castellana ¿podrá llegar a ser una vía dotada de vitalidad, de vida urbana a la escala de la importancia material y física de la propia vía?¿Podrá superar la condición pura de barrio de viviendas y de oficinas a la que le llevarían los edificios planeados? ¿No revelará, quizá, que la Castellana es un mito y que el cultivo sentimental de dicho mito ha sido superior a la lógica y a la realidad urbanística?
Acaso no lo comprobaremos, pues resultaría más que probable que la prolongación de la Castellana no fuera otra cosa que una fantasía, un espejismo, propio de las ideas de la época anterior a la actual recesión económica, y que ésta pondrá las cosas en su sitio, desestimando aquellas ampliaciones urbanas que no tienen sentido, hoy por hoy, en una ciudad en inevitable decadencia, muy posiblemente en disminución. Acaso sea mejor así, pero entonces habremos de seguir soportando el estúpido nudo de tráfico del final del gran eje, cosa que quien firma no perdona.
14. Espero haber dedicado a las distintas obras de arquitectura pública del Madrid de los últimos años algo, al menos, de la atención que se merecen. Y es de reconocer en ellas que, tanto por parte estatal, como municipal o institucional, el balance es mucho más positivo que en la etapa inmediatamente anterior, y ello a pesar de algunas de las sombras. Pido excusas por los olvidos que acaso haya podido tener, y también porque no quepan ya en las limitaciones inherentes a este escrito, y como había advertido en un principio, los comentarios acerca de las viviendas de promoción pública, que tan importantes y tan abundantes han sido en la ciudad y en esta época.

7 comentarios:

  1. Tras tu intenso e intensivo repaso a las realizaciones públicas en Madrid durante los últimos años, tengo que decir que coincido contigo en casi todos los aspectos de tu brillante exposición. Únicamente quisiera plantear divergencias en dos de los proyectos:
    - Frechilla y López Peláez sustentaban la imposición de la planta circular en su planeamiento para la Ciudad de la Justicia en la escasa superficie de la parcela para contener tan elevado número de edificios y m2 construidos, lo que suponía un "negativo" del espacio público bastante complejo frente a la ocupación por la edificación, por lo que las casi "tangencias" entre edificios liberaban unos vacíos públicos de mayor interés. Además, si bien es cierto el gran condicionante que dicha imposición supone para los proyectos arquitectónicos, creo que la falta de un nexo común a todos los edificios hubiera abundado en la imagen de parque temático que, sin duda, a pesar de todo, acabará teniendo.
    -La solución final, la construida, de Rafael Moneo al claustro de los Jerónimos es, a mi juicio, la peor de las que sucesivamente planteó y está claramente condicionada por la presión mediática y vecinal.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  4. Buenas tardes. tengo mucho interés en las diversas ''manipulaciones'' que ha sufrido en el museo del Prado, desde el proyecto original de Villanueva hasta la intervención de Moneo. Y estaría muy agradecido si me respondiese a estas preguntas.
    ¿Cree que fue una decisión acertada convertir el museo en un cuerpo exento, arrancando la topografía que tan sutilmente conectaba el paseo del prado con la entrada a la gran galería, e insertar una escalera a modo de prótesis que asegurase el recorrido paralelo al paseo de (dos plantas bajas), en fondos de saco, que Villanueva proyecto apoyándose precisamente en aquel desnivel?
    Y posteriormente, Arbos no entendió en absoluto el funcionamiento del edificio adosando crujías paralelas a la gran galería y ahogando el cuerpo transversal. Pero, como se podría haber ampliado el museo? en peine? con cuerpos transversales a la gran galería como el que se proyectó originalmente como sala de juntas?
    que otras alternativas tenían?
    Y por ultimo, ¿que aspectos del prado de Villanueva cree que perviven hoy en dia?
    Un saludo de un alumno del cuatrimestre pasado.

    ResponderEliminar
  5. en la ultima pregunta tengo en cuenta todas las modificaciones y restauraciones que se llevaron a cabo por
    Antonio Lopez Aguado, de su hijo, de Pascual y Colomer, de Jareño, de Arbos, de Muguruza etc...
    lo que intento es saber que es perenne en el prado

    ResponderEliminar
  6. Siento no haber visto esto hasta hoy. El asunto del Prado es complicado. Se convierte en independiente del terreno (exento ya lo era) cuando el municipio modifica el perfil de la calle lateral e imposibilita el paso directo al segundo piso. La ampliación de Arbós, como la de Chueca que le sigue, es estúpida. ¿Cómo podía haberse ampliado? Creo que de ninguna manera. Una administración sensata y culta -y unos arquitectos sensatos y cultos- deberían haber dejado en paz el edificio de Villanueva y extenderse de otro modo. Supongo que conoces los dibujos de Moneo que van relatando gráficamente la historia del edificio.

    ResponderEliminar
  7. Lo que perviva, realmente, es la gran fachada hacia el Paseo del Prado y el interior de la galería principal. Se ha destruido por completo la naturaleza arquitectónica original del edificio.

    ResponderEliminar