lunes, 5 de julio de 2010

El problema de la memoria del franquismo: no se explica lo que fue

Un celebrado artículo de Santos Juliá (mejor historiador que comentarista de actualidad política) explica muy bien el asunto de las víctimas de los dos bandos en la guerra civil y acaba abogando por no poner en duda la transición. Estoy de acuerdo que la transición no puede ponerse en duda, pero es necesario que se explique el franquismo y que una explicación seria (no condescendiente, como si la transición exigiera el olvido de la realidad) pase a la vulgarización y a los libros de historia, pues no se ha hecho. Podría hacerlo él, ya que es historiador. Como no lo hace, ahí va la mía.

Francisco Franco era un joven general de brigada, por méritos de guerra (en la de África), que destacaba en la República por ser joven, eficaz, duro (y de extrema derecha). Fue nombrado Jefe de Estado Mayor por Gil Robles y a partir de entonces era uno de los militares preferidos por las derechas, luego se sabría con qué objetivos. Destacó en su puesto como feroz represor de la revolución de Asturias en 1934, llevando a los regulares (a los mercenarios marroquíes) a conquistar la Cuenca Minera con sus brutales medios habituales.

Sospechoso de posible conspirador contra la República, el gobierno lo envió a Canarias. En las elecciones de 1936, Franco, que iba ya para la política, quiso presentarse a Diputado por la CEDA, por la lista de Cuenca, pero José Antonio, que no mantenía muy buenas relaciones con la derecha convencional, dijo textualmente, al saberlo: "Si Franco va por Cuenca, Falange no va". Y hubo que descolgar a Franco. Tal parece que éste no le perdonó a José Antonio la afrenta.

Después del triunfo del Frente Popular, algunos militares iniciaron definitivamente la conspiración, siendo el "director" Emilio Mola, general de brigada destinado en Navarra, que propuso como jefe de la rebelión a José Sanjurjo, general de división de alto prestigio y de notable vocación insurrecta, pues se había levantado contra la República el famoso 10 de agosto. Fue condenado a muerte, se le conmutó la pena por cadena perpetua en el penal del Dueso, de donde se fugó y se fue a vivir a Estoril. Desde allí esperaba su ocasión.

No obstante, tal parece que tanto Mola como Sanjurjo eran bastante ambiguos y aspiraban a corregir fuertemente la República, más que a destruirla. Quizá. No sabían si contaban o no con Franco, de tanto prestigio entre oligarquías y derechismos, y hasta tal punto que Sanjurjo, en un comunicado a Mola, dijo: "Con Franquito o sin Franquito nos rebelamos el 18". Franco era oportunista y reservón y no se decantó hasta el último momento. Sanjurjo dijo también a Mola que, en la previsible lucha, el ejército rebelde debía ir sin bandera, para que no se diera otra vez el triste espectáculo de las guerras carlistas, con ambos bandos luchando con la misma. Era, pues, evidente, que Sanjurjo pensaba en la bandera republicana. Sus compañeros no dieron opción, salieron a la batalla con la bandera monárquica.

Sanjurjo murió, como es sabido, al estrellarse el avión que lo traía a España para presidir el levantamiento. Así se constituyó una Junta de generales (de generales traidores, funcionarios rebelados contra sus legítimos jefes, no se pierda esto de vista), presididos por Cabanellas, el más antiguo. Esta junta, contra la opinión de Cabanellas, enseguida eligió a Franco como "Jefe del Gobierno del Estado Español". No se trataba de un Estado, en realidad, desde luego, sino del amago de éste fundado enseguida por los generales rebeldes.

Pero Franco, con la inestimable ayuda de su hermano Nicolás, hizo trampa, ya desde el primer momento, y mandó a su hermano a la imprenta donde debía imprimirse el Boletín Oficial de la Junta para borrar "del Gobierno", resultando así "Jefe del Estado". Y también del Gobierno, naturalmente, cargos conjuntos que simultaneó hasta que, ya muy anciano, hizo Presidente del Gobierno a su dócil esbirro Carrero Blanco.
El "Estado" franquista fue así fundado en guerra por militares traidores, cuando aún no existía, y se inició con una grosera trampa protagonizada por el que eligieron como jefe y que se hizo a sí mismo dictador.

Nótese pues, que los generales traidores, al fundar un "Estado" nuevo desde el principio de la guerra, dejaron así meridianamente clara su intención de usurpar completamente el poder. Había muerto Sanjurjo, pero también Mola, así que cualquier posible esperanza de "corregir" la República se había esfumado. Franco fue, como todos ellos, un usurpador, el principal además, pues se las arregló para ser elegido jefe por encima de la jerarquía (sólo era general de brigada) y de la antiguedad. Quedaba así claro que se buscaba un político, no un buen militar. Ninguno de los generales franquistas (salvo quizá Aranda y acaso algún otro) eran verdaderamente buenos militares. Eran, eso sí, capaces de apoderarse del Estado mediante una cruelísima guerra civil, como de hecho hicieron, y en su propio provecho, como entonces y después demostraron.

Pero Franco era artrero y usurpador extremo, como hemos visto, pues usurpó también a sus propios compañeros el cargo de Jefe del Estado, para el que nadie le había nombrado, mediante la grosera maniobra perpetrada por su hermano, pero sin duda inventada por él mismo. Bien es cierto que los demás generales no quisieron o no se atrevieron a protestar, probablemente atemorizados por el astuto y cruel personaje en quien habían resignado sus ilegítimos poderes.

Franco, enseguida, fue nombrado también "Generalísimo" de los ejércitos, ridículo nombre que llevó hasta su muerte. Por arte de su propia autoridad se convirtió de general de brigada en Capitán General, aunque como era artrero y calculador, puede comprobarse como llevó la insignia de general de brigada todavía durante algún tiempo. Sin duda esperó a que le dijeran algo así como. "¡Por favor, Excelencia, póngase las estrellas de Capitán General!". El no menos ridículo título de "Caudillo" fue adoptado también hasta su muerte.

Lo cierto es que Franco logró que su desmedida ambición personal fuera aceptada por el siniestro combinado derechista de militares, monárquicos, oligarcas, eclesiásticos y hasta falangistas, y que el pueblo derechista, de relativa buena fe, aceptara ver en él al "salvador de la Patria", y ello hasta su conversión en un mito. Franco, usurpador del Estado a su propio servicio, asesino de masas, culpable de muchos males políticos, económicos, sociales y culturales españoles, cuyas consecuencias se arrastran todavía, fue convertido en una figura mítica. Él estaba tan sólo algo debajo de Dios (no mucho), era más que un rey, hacedor de reyes, y era perfecto, el bien puro sin mácula de mal alguno. La traumatizada sociedad derechista española necesitaba este mito. Lo necesitaba, sobre todo, porque era preciso oponer un mito casi divino para contrarrestar la siniestra acumulación de delitos y disparates perpetrada por el franquismo tanto en la guerra civil como después. Sobre todo lo necesitaban Franco y el franquismo y así lo promovieron y consiguieron.

La guerra civil cobijó el asesinato sistemático de compatriotas con el fin de dejar despejado el panorama político, uno de los fines principales de la contienda, al menos desde el punto de vista del autoascendido general de brigada. (No quiere decir que los otros no mataran, es bien sabido que sí, y además con los mismos o parecidos fines; pero no se trataba en su caso del gobierno republicano, sino de los revolucionarios que el bando leal cobijaba desgraciadamente en su seno). El otro fin de la guerra por parte de Franco (que se apoderó incluso de la guerra misma) fue idear y establecer por completo un nuevo sistema y asegurar en él el dominio político absoluto por su parte. Todo ello era lento, lo que explica la artificiosa y premeditada larga duración del conflicto, programada por Franco al servicio de sus fines, como ha demostrado sobradamente el profesor Javier Tussel.

La guerra devastó cruelmente el país y dejó su economía completamente destrozada, de manera que los niveles económicos del tiempo de la República no se recuperaron, si acaso, hasta 1957, 18 años después del final. El número de muertos y de exiliados fue espantoso. La capacidad de Franco para dividir al país en dos bandos, irreconciliables también después de la guerra, no reconoce parangón ni antecedente en toda la historia universal, pues la tradición de las guerras civiles (como ocurrió con las carlistas, o como con la guerra de secesión estadounidense) era la reconciliación con el antiguo enemigo, compatriotas al fin. Por otro lado, la guerra se ganó, como es bien sabido, por la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, por la culpable "no intervención" de las democracias extranjeras y, también, por la sedicente ayuda indirecta al franquismo del hipócrita Reino Unido. Los regímenes repugnantes de Alemania e Italia, sobre todo el primero, fueron pues a quienes Franco debía la victoria, convirtiéndose así, por si no lo hubiera sido ya bastante, en un dictador tan siniestro y criminal como ellos. Por otro lado, los ridículos sueños imperiales de Franco, pretendiendo para España el botín del Marruecos francés y cosas semejantes, caracterizaron su connivencia con los citados regímenes, afortunadamente desaparecidos en la derrota de la guerra europea.

Franco, que empezó como usurpador (característica ampliamente compartida por tantos otros, desde luego) y como rey de la mentira al usurpar incluso frente a sus propios compañeros el cargo de Jefe del Estado, tuvo como norte de su gobierno, en guerra y en posguerra, su permanencia como dictador, lo que consiguió con creces. La supuesta paz de 1939 no fue la ocasión para pacificar el país, sino para agravar los males de la guerra, encarcelando y fusilando a muchos, ofreciendo el exilio como alternativa única para tantos y presidiendo un régimen de extrema derecha, autoritario y asesino, con las ideas de su bandería (o la falta de ellas) como única y obligada opción.

No me resisto a trascribir la interpretación del historiador, profesor Reig Tapia, sobre el "parte" del final de la guerra. Éste decía así: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado." Reig Tapia dice, con toda razón, que todo era mentira. El ejército enemigo no había sido cautivo y desarmado por completo, pues quedaban focos de resistencia que duraron además bastante tiempo. Además, no se trataba del ejército "rojo", sino del republicano. Tampoco se trataba de las tropas "nacionales", sino de las tropas franquistas rebeldes. Por lo que ya se ha dicho, no habían alcanzado sus últimos objetivos. La guerra, además, no terminó, pues el franquismo continuó con ella por otros medios represivos, lo que hizo hasta la muerte del dictador en 1975.

Todo era mentira, efectivamente, y es esta característica fundamental y fundacional de la mentira sistemática desde la que debe interpretarse el régimen franquista. El franquismo inventó un nuevo modo de hablar, de nombrar todas las cosas, un nuevo lenguaje con el que disfrazar de modo falsario toda la realidad, todas las cosas del mundo. Este uso de la mentira sistemática como principal instrumento político puede considerase, pues, como un punto de vista fundamental para entender el siniestro dominio del régimen dictatorial. Los que hemos vivido bastante tiempo bajo el franquismo podemos atestiguarlo completamente.

Aunque el franquismo es más difícil de relatar. No en los años 40, sin embargo, pues éste fue un tiempo simplemente terrible, de exilio, muerte, encarcelamiento, hambre, miseria y represión política. Durante esos años el franquismo consolidó sus símblos y sus mitos (esto es, sus mentiras), elaborando todo un modo propio de ver y representar engañosamente el mundo. Tan sólo las ideas de extrema derecha, de falso patriotismo y de hipócrita religiosidad eran de permitida circulación. Quien escribe nació en aquellos años, y durante la niñez y gran parte de la adolescencia, hasta bien entrados los años 60, participó de aquella mentirosa visión del mundo, que era la única que se trasmitía y enseñaba. Hoy da verguenza recordar ese tiempo, donde la mentira culpable, la hipocresía criminal y la corrupción sistematizada se adueñó de todo.

El Estado y la propia sociedad, presididos por el autoascendido general de brigada, se entregó a la oligarquía corrupta, valga la redundancia, y a los cómplices de la guerra. Esto es, fundamentalmente, a los militares, a la iglesia católica y al conglomerado de derechistas, falangistas y monárquicos. El ejército español, transformado para mucho tiempo en el ejército franquista, se convirtió en el gendarme nacional, en el ejército de ocupación de su propio país. Durante la segunda guerra mundial, el franquismo apoyó a nazis y a fascistas, y quería entrar en la guerra con demenciales sueños imperiales. Cuando las fuerzas dictatoriales fueron aniquiladas por las democracias, el franquismo, siempre hipócrita y padre de la mentira, empezó a presumir de la "neutralidad de España".

Pero Franco quería permanecer, desmintiendo las esperanzas de algunos, sobre todo de los monárquicos, por lo que tuvo que echarse encima el funcionamiento del país. A los militares los alejó en realidad del poder, reservándoles tan sólo algunos ministerios. A los principales los ascendió, y les dio títulos nobiliarios y cruces laureadas. A casi todos los altos mandos les procuró buenos réditos dentro de la corrupción sistemática. El ejército, hinchado a causa de la guerra y mal pagado, se le concedió a cambio la corrupción menor pero sabrosa de los cuarteles. Se convirtió en una fuerza tan enorme como ineficaz, sólo útil como amenaza represora.

Franco presidía así la sociedad de las derechas, de las oligarquías y del capitalismo autárquico y precario. Pero esta era, al fin, casi toda la sociedad, pues más allá de los importantes exilios que diezmaron sobre todo a los intelectuales, la mayorís de los españoles debía continuar viviendo bajo el régimen franquista. Por eso puede decirse que éste, dentro de la feroz represión política y de la demencial y mentirosa mítica oficial, tuvo que dejar que la sociedad funcionara, tuvo incluso que ponerla en marcha, para ir poco a poco recuperando la economía y una vida relativamente normal.

Quizá la mayor ventaja del régimen fue la condición conservadora del dictador, unida a su propia indolencia. Francó cambió las leyes en lo que tenían de políticas, sociales o religiosas, pero conservó las leyes de la República cuando le parecieron neutras. Tampoco pretendió cambiar la sociedad. Eso fue una ventaja, y también lo fue el hecho de que tuviera que emular los logros de la República, por ejemplo, en educación. El franquismo entregó en buena medida la educación a la iglesia, pero también continuó con la educación estatal a todos los niveles, y la importancia de la educación universitaria, creciente con el tiempo, aunque estuviera sometida a control y represión, acabó siendo la perdición del régimen, su mayor pérdida de prestigio. Además del proletariado, donde actuaban los clandestinos comunistas, el profesorado y el estudiantado universitario se convirtieron enseguida en los focos más fuertes y serios de oposición al franquismo.

La Falange fue deglutida por el régimen y, en buena medida, se convirtió en su gendarmería civil, sobre todo en la posguerra. Luego devino en cuerpo funcionarial y de enchufismo. Pero es preciso reconocer que, frente a lo que dicen muchos de los izquierdistas y los comunistas, la Falange no fue lo peor del régimen, sino que, al contrario, fue lo mejor con mucho. Más allá de pistoleros y de oportunistas, la Falange fue el único grupo cobijado en el régimen que tenía algunas ideas valiosas en lo social y lo cultural.

Después de 1957, España empezó a crecer económicamente y en todos los frentes. En los años 60 la vida era ya claramente mejor y aunque el régimen continuaba institucionalizándose con leyes importantes, se iba labrando su decadencia al ser incapaz de modernizarse verdaderamente y de ocupar las conciencias. Las nuevas generaciones empezaban a ser ajenas a la mítica franquista y a despreciar el envejecido régimen dictatorial. Su relativo reblandecimiento no iba acompañado de una ganancia de prestigio, y una cantidad cada vez más grande de ciudadanos lo veía como un anacronismo absurdo y de futuro inviable.

Pero Franco continuaba viviendo y aferrándose a un poder que permanecía tan duro como absoluto. En los 70, ya proclamada España como monarquía y designado el sucesor, nombrado Presidente del Gobierno el sumiso marino Carrero Blanco, que detentaba aún, y a pesar de todo, la línea dura, el régimen caía en su más alto desprestigio, paralelo a la ridícula ancianidad del dictador. Reirse del franquismo en público era todavía peligroso, pero se convirtió en algo normal. La revolución portuguesa aceleró el deseo de un cambio que no se produciría hasta la muerte del dictador, acabando así un régimen personal de forma definitiva. Franco, después del siniestro espectáculo de su pública agonía, murió al fin el 20 de noviembre de 1975, el mismo día en que José Antonio fue fusilado 39 años antes. En los bares de la progresía madrileña ese día se acabó el champán.

Luego llegó la transición, por la que habíamos empezado. Primero con la frustración de que continuara como Presidente del Gobierno Arias Navarro, "carnicero de Málaga" de sobrenombre por sus crímenes de posguerra como fiscal. Pero luego el nuevo rey Juan Carlos I, nombró a Suárez, una verdadera sorpresa, y es de reconocer que estuvo completamente a la altura de las circunstancias.

Y eso es ya otra historia.

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