La característica principal de la ciudad de Londres ha sido la de no tener planificación urbana. O, al menos, la de no tener "trazado", geométrico o compositivo. Esta idea se convirtió en una verdadera invariante, casi una manía, y llegó hasta el extremo de que, después del pavoroso "Great Fire" de 1966, que destruyó la ciudad prácticamente por completo, el Parlamento no aprobó el nuevo trazado propuesto por el arquitecto Christopher Wren, elegido por el rey entre otras dos posibilidades, la de Evelyn y la de Hooke. Los propietarios no querían someterse a las incomodidades que suponía una reparcelación, y defendían el trazado antiguo para que cada cual pudiera construir a su alberío sobre los mismos terrenos.
Así, las cosas, la City (como se llamó a la ciudad que propiamente era London, y no Westminster, que era el lugar del rey, ente otros muchoslugares diversos que hoy configuran el "Great London") se reedificó sobre casi el mismo plano medieval que tenía. Alí se hicieron casas de piedra, en vez de en madera, para conjurar la posibilidad de otro incendio, y allí se construyeron de nuevo las muy numerosas iglesias, que proyectó Wren, así como la gran catedral de St Paul, proyecto también suyo, como es bien sabido, y cuya fortuna formal y gran tamaño logran imponerse al entorno y caracterizar el lugar.
No reformar el plano medieval fue, sencillamente, un disparate. Al principio no importaba mucho, por el tipo de caserío, aunque ya las iglesias de Wren acusaban bastante las consecuencias de las irregularidades del plano. No obstante, con las esbeltas y atractivas flechas de sus torres, los templos lograban imponer un cierto orden urbano, al menos desde el aspecto visual, tal y como comprobamos en algunos cuadros y grabados de los siglos XVIII y XIX. Edificios como el Banco de Inglaterra, de John Soane, muestran bien la enorme irregularidad del lugar, vencida por medio de la habilidad de los proyectistas.
Pero en la época victoriana y, sobre todo, en el primer tercio del siglo XX, la City fue sometida a un proceso de transformación prácticamente absoluto, en el que sólo quedaron las iglesias y la catedral como testimonios del pasado. Hubiera sido lógico que se aprovechara para darle al importante sector financiero un nuevo trazado, pero tanto la tradición como la pereza, y un sentido tan práctico como equivocado (pues es cierto que construir sobre lo ya existente era más inmediato y más fácil), se impusieron por completo. El plano de la ciudad siguió prácticamente igual y los edificios se renovaron y crecieron en volumen. La habilidad de los proyectistas eclécticos y clasicistas fue puesta a prueba, y salió vencedora, al tener que aceptar las tortuosas, irregulares y curvas alineaciones, y hasta puede decirse que todas estas cosas aumentaron el pintoresquismo y el interés visual de las arquitecturas, mayormente clásicas, que participaron en la operación. Un pintoresquismo clásico, de encuentros difíciles, ángulos agudos y obtusos, quiebros y curvaturas, pareció aumentar el interés de la "sinfonía" urbana interpretada por los edificios de las grandes firmas.
El "paisaje" creado es, en realidad, bastante abusivo, lo que no quiere decir que esté exento de interés. Tal vez lo más valioso sean edificios como los de Lutyens, aunque no hay muchos, o algunas contribuciones de arquitectura moderna, como la de Owen Williams. El otro extremo es el de la pretenciosa y desastrosa operación de Herbert Baker, el amigo de Lutyens y su colega en New Delhi, con la ampliación del Banco de Inglaterra y el consiguiente destrozo de la obra de Soane. Este disparate puede servir de emblema de la gran operación, como lo puden ser tambien la situación en la que quedaron las iglesias de Wren, de las que apenas se ven ya las flechas, y que están ahora escondidas entre la masa de los pétreos gigantes financieros.
Pero a finales del siglo XX y principios del XXI, en la City se ha emprendido otra operación especulativa y, naturalmente, sin cambiar el viejo trazado. Ya no son tiempos, en realidad, ni hay muchas posibilidades. Ahora en la City se han respetado casi todos los viejos artefactos clasicistas de la última operación, pero se las han arreglado para encontrar sustituciones y construir arquitectura ¿moderna?, generalmente de acero y cristal. La conservación de las viejas alineaciones combinada con los volúmenes escesivos y con una arquitectura comercial infame ha creado así uno de los lugares más feos del mundo, a la altura del contenido altamente inmoral que encierra.
Los viejos edificios clasicistas se defendían mejor. Para empezar eran de piedra, y conservaban ideas de arquitectura tanto de cieta eficacia como de un notable y arquitectónico candor. No es que fueran mejores, pero sus recursos eran más eficaces. Los edificios ¿modernos? de ahora son detestables (opnotius) y es difícil decidir si son peores los que toadavía, con más picardía que ingenuidad, intentan algo parecido a las preexistencias ambientales italianas, o los que, sin más, se lanzan a exhibir ridículas y abstractas aventuras formales.
Lo cierto es que la City se ha convertido en un infierno, arquitectónicamente hablando. It´s a place absolutly obnoxious. Y tiendo a creer que la culpa principal corresponde a aquellos propietarios del siglo XVII que se negaron a reformar el plano de la ciudad en favor se sus intereses económicos más inmediatos. Creo que Rasmussen se equivoca de medio a medio cuando elogia esta conservación en su conocido libro "London, the unique city".
Y lo malo es que todo ello le da la razón al Príncipe Carlos y a sus campañas reaccionarias en favor de una arquitectura ¿clásica?, que ya no existe ni puede existir, y que acaba teniendo como ideal las aldeas historicistas de Disney World. Charles II, el rey de la restauración y del incendio de 1666, tenía demasiado cerca que a Carlos I, por oponerse al Parlamento, le habían cortado la cabeza. Por eso no se atrevió, quizá, a insistir sobre la reforma de la City. Al Prince Charles actual no le van a cortar la cabeza, porque ni siquiera va a llegar al trono. A Dios gracias (en nombre de los británicos).
domingo, 13 de febrero de 2011
lunes, 3 de enero de 2011
HA MUERTO SIGFRIDO
Sigfrido Martín Begué, nuestro gran amigo Sigfrido, ha muerto, y nuestros corazones están oprimidos.
Sigfrido se formó como arquitecto, en la Escuela de Madrid, donde le conocimos, pero al tiempo, y casi en forma autodidacta, se hizo gran dibujante y pintor. Cuando yo le conocí era muy joven, pero ya llevaba un viejo, un viejo muy inteligente, en la barriga. Y un viejo muy ocurrente y simpático, pues Sigfrido, aunque critico feroz algunas veces, era una persona con gran sentido del humor.
Se formó en arquitectura, pero apenas la ejerció. Se dedicó al dibujo, primero, y luego sistemáticamente a la pintura, sostenida precisamente por un muy firme soporte dibujístico. Fue la suya una pintura figurativa cargada de simbolismo, de un surrealismo personal, densa y literaria, cultivadora de la composición tanto como del detalle. Fue un importantísimo creador de imágenes nuevas. Perteneció a la Escuela madrileña de la nueva figuratividad del final de los años 70 y de los 80, y fue en ella una personalidad tan singular como principal.
Se dedicó a la pintura, pero también a la escenografía, al vestuaro de Ópera, al diseño y hasta a las fallas. Su obra, personal y cualificada, fue además muy abundante. La mejor muestra puede encontrarse en el catálogo de la exposición antológica que le dedicó el Centro cultural Conde Duque, de Madrid, en 2001. A mi entender, está inscrito indeleblemente en la historia de la pintura, y, si esta discipina sigue existiendo, deberá señalarlo debidamente.
Sigfrido fue también comisario de importantes exposiciones, y fue también profesor, de dibujo y pintura, en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca. Aunque no he tenido ocasión de observar esta actividad suya, no dudo de que su inteligencia y su simpatía le hicieron un magnífico profesor. Imagino que sus alumnos sentirán mucho su desaparición.
Sigfrido era, por otro lado, el humor, la alegría, el disparate, el disfrute de la vida. Para sus amigos quedará siempre en el recuerdo esa gran combinación de genialidad artística y de sabio cultivo de la existencia.
Nos acostumbraremos difícilmente a su desaparición.
Sigfrido se formó como arquitecto, en la Escuela de Madrid, donde le conocimos, pero al tiempo, y casi en forma autodidacta, se hizo gran dibujante y pintor. Cuando yo le conocí era muy joven, pero ya llevaba un viejo, un viejo muy inteligente, en la barriga. Y un viejo muy ocurrente y simpático, pues Sigfrido, aunque critico feroz algunas veces, era una persona con gran sentido del humor.
Se formó en arquitectura, pero apenas la ejerció. Se dedicó al dibujo, primero, y luego sistemáticamente a la pintura, sostenida precisamente por un muy firme soporte dibujístico. Fue la suya una pintura figurativa cargada de simbolismo, de un surrealismo personal, densa y literaria, cultivadora de la composición tanto como del detalle. Fue un importantísimo creador de imágenes nuevas. Perteneció a la Escuela madrileña de la nueva figuratividad del final de los años 70 y de los 80, y fue en ella una personalidad tan singular como principal.
Se dedicó a la pintura, pero también a la escenografía, al vestuaro de Ópera, al diseño y hasta a las fallas. Su obra, personal y cualificada, fue además muy abundante. La mejor muestra puede encontrarse en el catálogo de la exposición antológica que le dedicó el Centro cultural Conde Duque, de Madrid, en 2001. A mi entender, está inscrito indeleblemente en la historia de la pintura, y, si esta discipina sigue existiendo, deberá señalarlo debidamente.
Sigfrido fue también comisario de importantes exposiciones, y fue también profesor, de dibujo y pintura, en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca. Aunque no he tenido ocasión de observar esta actividad suya, no dudo de que su inteligencia y su simpatía le hicieron un magnífico profesor. Imagino que sus alumnos sentirán mucho su desaparición.
Sigfrido era, por otro lado, el humor, la alegría, el disparate, el disfrute de la vida. Para sus amigos quedará siempre en el recuerdo esa gran combinación de genialidad artística y de sabio cultivo de la existencia.
Nos acostumbraremos difícilmente a su desaparición.
martes, 26 de octubre de 2010
Traveller frog, 4. ¿La arquitectura como ciencia? ¿La ingeniería como Arte?
Cuando yo era estudiante de arquitectura, allá por la mitad de los años sesenta, ya se había ido diluyendo bastante la idea de que la arquitectura, decadente como Arte, tenía que parecerse a la Ingeniería, para ser técnica, científica, funcional y social. Eso era lo que habían dicho los maestros, aunque no lo hicieran. Y por eso los acusó Banham, en su conocido libro.
Pues el asunto volvió con mucha fuerza en los 60. De nuevo se buscaba que la arquitectura fuera lógica, ciencia, función, sociedad,...Y muchas más cosas: cibernética, política, sociología, linguística,... Y todavía hoy colea el asunto. Hay arquitectos, como Foster, que se apresuran a decir que desconfían de los arquitectos que se declaran artistas. Y que reivindican a Fuller, el gran ejemplo de Banham.
Pero hoy parece que también las cosas se han vuelto del revés, y que son los ingenieros quienes reivindican que su actividad puede ser un Arte. Así Calatrava, en la práctica, y así Manterola, en la teoría, pues acaba de publicar un libro con esta reivindicación. La ingeniería puede tener, y tiene, objetivos artísticos y, por lo tanto, resultados artísticos. La Ingeniería como Bella Arte. Pues, claro que sí, bienvenidos al lío, y esperemos que esto signifique decir menos tonterías, pensar más matizadamente.
Porque no sé si la Arquitectira y la Ingeniería son Bellas Artes. Tal vez sí, cuando lo logren. Lo que sí sé es que, como todas las actividades del diseño, están sometidas a la naturaleza del arte, esto es, de aquello que no existe, que se ha de imaginar y que se fabrica. De aquello que se apoya lo que puede en la técnica y en la ciencia, pero también en la experiencia y en el oficio, y, sobre todo, en la preferencia formal. Es arte todo aquello que, como todas las actividades de fabricación, ha de apoyarse necesariamente en elecciones formales a las que se les concede unos valores determinados y unos contenidos, si bien nada simples y bastante imprecisos.
Esto es, que sin apuesta formal, sin preferencia formal, sin contenido formal, las cosas físicas no pueden existir, el diseño no ocurre. Ni arquitectónico, ni ingenieril, ni de ninguna especie. Todas las artes del diseño son tales artes precisamente en ese sentido; esto es, que han de plantearse la forma como un contenido propio, pues sin forma no pueden producirse.
Por eso es necesario reconocer que los maestros, buscando triunfar y derribar a la arquitectura académica, dijeron tonterías, aunque las hicieron mucho menos; puede decirse que casi nunca. Y por eso es necesaro decir que Banham, Fuller, Foster, dijeron, dicen, tonterías. La arquitectura es un arte porque no puede ser otra cosa, porque en serlo radica su naturaleza, su condición inevitable, de la que no puede ni debe huir.
Y, como tal arte, pueden ser juzgadas. Esto es, la forma puede ser examinada para ver si parece que ha cumplido sus expectativas, Pero aspirar a la perfección técnica, a la ciencia, es imposible. Las cosas en arquitectura -en las artes del diseño- son mucho más complicadas, más difíciles, poco claras, mixtas y mezcladas. Someterlas a simplificaciones no da resultado. A quien no le gusten estas incoherencias y estas ambigüedades no debería acercarse a las actividades del diseño. Y a quien, sin practicarlas, tampoco le gusten, pero pretenda enmendarlas, exhortar a que tengan un sentido más puro, más indudable y científico, que haga lo que decía Loos: que dé un paso al frente y que se calle.
Pues el asunto volvió con mucha fuerza en los 60. De nuevo se buscaba que la arquitectura fuera lógica, ciencia, función, sociedad,...Y muchas más cosas: cibernética, política, sociología, linguística,... Y todavía hoy colea el asunto. Hay arquitectos, como Foster, que se apresuran a decir que desconfían de los arquitectos que se declaran artistas. Y que reivindican a Fuller, el gran ejemplo de Banham.
Pero hoy parece que también las cosas se han vuelto del revés, y que son los ingenieros quienes reivindican que su actividad puede ser un Arte. Así Calatrava, en la práctica, y así Manterola, en la teoría, pues acaba de publicar un libro con esta reivindicación. La ingeniería puede tener, y tiene, objetivos artísticos y, por lo tanto, resultados artísticos. La Ingeniería como Bella Arte. Pues, claro que sí, bienvenidos al lío, y esperemos que esto signifique decir menos tonterías, pensar más matizadamente.
Porque no sé si la Arquitectira y la Ingeniería son Bellas Artes. Tal vez sí, cuando lo logren. Lo que sí sé es que, como todas las actividades del diseño, están sometidas a la naturaleza del arte, esto es, de aquello que no existe, que se ha de imaginar y que se fabrica. De aquello que se apoya lo que puede en la técnica y en la ciencia, pero también en la experiencia y en el oficio, y, sobre todo, en la preferencia formal. Es arte todo aquello que, como todas las actividades de fabricación, ha de apoyarse necesariamente en elecciones formales a las que se les concede unos valores determinados y unos contenidos, si bien nada simples y bastante imprecisos.
Esto es, que sin apuesta formal, sin preferencia formal, sin contenido formal, las cosas físicas no pueden existir, el diseño no ocurre. Ni arquitectónico, ni ingenieril, ni de ninguna especie. Todas las artes del diseño son tales artes precisamente en ese sentido; esto es, que han de plantearse la forma como un contenido propio, pues sin forma no pueden producirse.
Por eso es necesario reconocer que los maestros, buscando triunfar y derribar a la arquitectura académica, dijeron tonterías, aunque las hicieron mucho menos; puede decirse que casi nunca. Y por eso es necesaro decir que Banham, Fuller, Foster, dijeron, dicen, tonterías. La arquitectura es un arte porque no puede ser otra cosa, porque en serlo radica su naturaleza, su condición inevitable, de la que no puede ni debe huir.
Y, como tal arte, pueden ser juzgadas. Esto es, la forma puede ser examinada para ver si parece que ha cumplido sus expectativas, Pero aspirar a la perfección técnica, a la ciencia, es imposible. Las cosas en arquitectura -en las artes del diseño- son mucho más complicadas, más difíciles, poco claras, mixtas y mezcladas. Someterlas a simplificaciones no da resultado. A quien no le gusten estas incoherencias y estas ambigüedades no debería acercarse a las actividades del diseño. Y a quien, sin practicarlas, tampoco le gusten, pero pretenda enmendarlas, exhortar a que tengan un sentido más puro, más indudable y científico, que haga lo que decía Loos: que dé un paso al frente y que se calle.
La presunta señora Cospedal cobra ¡241.000 euros al año!
Resulta que la señora Cospedal (desde ahora supuesta señora) cobra, según la prensa, ¡241.000 euros al año! ¡Córcholis! Multiplica por 3 el sueldo del Presidente del Gobierno central y casi duplica el sueldo del político mejor pagado de España, el Presidente de la Generalitat de Cataluña, con 140.000 euros al año.
Resulta que esta presunta señora cobra como senadora y además cobra de su partido, con lo que llega a la expresiva cifra citada. O sea, que por no hacer nada en el Senado (no hace nada, nada se sabe de ella; ni siquiera se sabía que era senadora) y por decir disparates y mentiras cara a la galería, que es a lo que realmente se dedica, cobra este disparate de dinero.
Y eso que el Partido Popular (atentos al nombre) es el que defiende al pueblo llano, como es bien sabido. Pues el pueblo llano, que las pasa putas para cobrar 14 o 18 o 22.000 euros al año, debe de estar encantado con la presunta señora, que además tiene un marido, provisto de enchufes (también ha salido en la prensa) y capaz de apalancar también una pasta gansa.
Pues ya sabeis, amigos, a dedicarse a la política, preferentemente con el Partido Popular, que es muy rentable. Pues ¿habían oido hablar ustedes alguna vez de la tal y presunta señora Cospedal antes de que fuera portavoz del partido? ¿A que no? Pues ya lo ven, cualquier desconocido tiene la oportunidad de forrarse. ¡A por ello, amigos!
Resulta que esta presunta señora cobra como senadora y además cobra de su partido, con lo que llega a la expresiva cifra citada. O sea, que por no hacer nada en el Senado (no hace nada, nada se sabe de ella; ni siquiera se sabía que era senadora) y por decir disparates y mentiras cara a la galería, que es a lo que realmente se dedica, cobra este disparate de dinero.
Y eso que el Partido Popular (atentos al nombre) es el que defiende al pueblo llano, como es bien sabido. Pues el pueblo llano, que las pasa putas para cobrar 14 o 18 o 22.000 euros al año, debe de estar encantado con la presunta señora, que además tiene un marido, provisto de enchufes (también ha salido en la prensa) y capaz de apalancar también una pasta gansa.
Pues ya sabeis, amigos, a dedicarse a la política, preferentemente con el Partido Popular, que es muy rentable. Pues ¿habían oido hablar ustedes alguna vez de la tal y presunta señora Cospedal antes de que fuera portavoz del partido? ¿A que no? Pues ya lo ven, cualquier desconocido tiene la oportunidad de forrarse. ¡A por ello, amigos!
lunes, 18 de octubre de 2010
Traveller frog, 3: Londres, ciudad única. Londres y lo demás, hay que pagarlo todo.
Todo el mundo sabe que Londres es una ciudad magnífica. Pienso que, probablemente, la expresión más intensa y afortunada de la civilización occidental. Mejor que París, demasiado retórica; mejor que Manhattan, tan especial. Más que Berlín, más que Roma, más que Madrid, más que Barcelona, más que Buenos Aires. Y lo pienso no sólo, o tanto, desde el aspecto físico, urbano y arquitectónico. También desde el cultural y social. Desde su río, sus parques, sus monumentos, sus squares, sus casas,..Pero también desde sus museos, sus teatros, sus universidades, sus instituciones. Todas esas ciudades que hemos citado se parecen, y Londres alcanza, creo yo, una condición de arquetipo entre ellas. Una condición que nos consuela, pues la supervivencia de Londres, la vitalidad de Londres, nos compete a todos. En buena medida, mientras Londres dure tal y como es, tal parece que la sociedad occidental sigue funcionando, que las crisis no son para tanto. Que no llegan a tanto.
Por eso resulta tan atractivo como tranquilizador visitar en Londres una buena exposición. Ayer ví una en la National Gallery sobre "Canaletto and his rivals", una auténtica maravilla. O ir a un concierto. El viernes estuve en uno en el Royal Festival Hall, en el South Bank de Waterloo, donde toca la London Philharmonic Orchestra. Un concierto de Berlioz, Elgar y Strauss. Magnífico. O pasear por un parque. O asistir a una clase en la universidad, donde, en primero de arquitectura, un experto invitado sintetiza para los bisoños estudiantes que fue la arquitectura romana. Un viejo mito, vigente aún, al menos en cuanto aún es explicado.
La sociedad occidental continúa, pues parece que tira. Aunque ¡ay!, en Londres, en Inglaterra, las cuentas ya no salen. Y no salen porque, aunque la ciudad y el país sean muy caros, explicando en gran medida el milagro, el welfare state inglés es demasiado bueno, y la vida, en general, demasiado buena. No podemos pagarla. O, mejor dicho, no la estamos pagando. Los conservadores y los liberales (algo así como la UCD, que quede claro, no como la pepería, que eso es otra cosa) tienen que poner el país más caro. En realidad, como en todas partes, y lo están haciendo, sin que aquí hayan aparecido protestas como las españolas o, sobre todo, como las francesas. Aquí tal parece, por ahora al menos, que la gente sabe que el dinero no viene de Dios, y que eso es una cosa muy seria.
Una de las cosas que se va a encarecer es la Universidad. A encarecer, porque pagar ya la pagan, y bien pagada. La Universidad estatal (aquí casi todas las universidades son estatales; evito la palabra "pública", porque en inglés, como en castellano antes de que se corrompiera, esa palabra quiere decir "abierta al público", como las tiendas) cuesta unas 3.000 libras al año académico. Casi nada. O sea, más o menos algo más de 4 veces lo que se paga en España. Pues bien, amigos, las cuentas de la Universidad no salen -como en España- y las van a pagar los estudiantes. Las matrículas van a subir a 7.000 libras al año académico. Eso sí, hay una buena política de becas y una buena política de préstamos para poder estudiar. Y, naturalmente, también hay que aprobar la selectividad. No estudia solo quien tenga dinero.
Fíjense ustedes. ¡Igual que en España! Todos los estudiantes y todos los padres quieren que la Universidad cueste muy poco, tal y como ocurre, y los políticos no quieren o no se atreven a hacer que paguen aquello que deberían. A la izquierda le parecería antisocial y a la derecha antipolítico. El resultado es el mismo, la Universidad a la caraja, sin medios suficientes y dando supuesta enseñanza a demasiados, a muchos que no quieren ni lo merecen, en realidad, convirtiendo la Universidad en una ficción, y destruyendo sistemáticamente las profesiones y la sociedad con ellas.
En España, en Italia, todos son universitarios. Como apenas cuesta nada (cuesta menos que un Colegio de bachiller), y todavía da prestigio, todos a por una carrera. Y las profesiones destruidas. Y la vida con ellas. Y ya no tiene remedio, pero si no se le pone freno, la degeneración futura será sencillamente insoportable.
Pero ¿a quien va a ayudar económicamente más el nuevo gobierno conservador británico? Me lo ha dicho hoy el catedrático con el que yo trabajo: a las ingenierías y a las lenguas modernas. Total que, como ven, en todas partes cuecen habas. Los conservadores británicos son lo que son y todavía creen en los ingenieros. Sería para morirse de risa si no fuera para llorar. Le he dicho al catedrático que yo creía que el mundo funcionaría mucho si no hubiera ingenieros, y que la mayoría de los disparates que hay en el mundo los han hecho ellos.
Él se ha reído, pero enseguida me ha dicho (estábamos en un café): "Cállate, cállate; si te oyeran los políticos pensarían que eres comunista"
Por eso resulta tan atractivo como tranquilizador visitar en Londres una buena exposición. Ayer ví una en la National Gallery sobre "Canaletto and his rivals", una auténtica maravilla. O ir a un concierto. El viernes estuve en uno en el Royal Festival Hall, en el South Bank de Waterloo, donde toca la London Philharmonic Orchestra. Un concierto de Berlioz, Elgar y Strauss. Magnífico. O pasear por un parque. O asistir a una clase en la universidad, donde, en primero de arquitectura, un experto invitado sintetiza para los bisoños estudiantes que fue la arquitectura romana. Un viejo mito, vigente aún, al menos en cuanto aún es explicado.
La sociedad occidental continúa, pues parece que tira. Aunque ¡ay!, en Londres, en Inglaterra, las cuentas ya no salen. Y no salen porque, aunque la ciudad y el país sean muy caros, explicando en gran medida el milagro, el welfare state inglés es demasiado bueno, y la vida, en general, demasiado buena. No podemos pagarla. O, mejor dicho, no la estamos pagando. Los conservadores y los liberales (algo así como la UCD, que quede claro, no como la pepería, que eso es otra cosa) tienen que poner el país más caro. En realidad, como en todas partes, y lo están haciendo, sin que aquí hayan aparecido protestas como las españolas o, sobre todo, como las francesas. Aquí tal parece, por ahora al menos, que la gente sabe que el dinero no viene de Dios, y que eso es una cosa muy seria.
Una de las cosas que se va a encarecer es la Universidad. A encarecer, porque pagar ya la pagan, y bien pagada. La Universidad estatal (aquí casi todas las universidades son estatales; evito la palabra "pública", porque en inglés, como en castellano antes de que se corrompiera, esa palabra quiere decir "abierta al público", como las tiendas) cuesta unas 3.000 libras al año académico. Casi nada. O sea, más o menos algo más de 4 veces lo que se paga en España. Pues bien, amigos, las cuentas de la Universidad no salen -como en España- y las van a pagar los estudiantes. Las matrículas van a subir a 7.000 libras al año académico. Eso sí, hay una buena política de becas y una buena política de préstamos para poder estudiar. Y, naturalmente, también hay que aprobar la selectividad. No estudia solo quien tenga dinero.
Fíjense ustedes. ¡Igual que en España! Todos los estudiantes y todos los padres quieren que la Universidad cueste muy poco, tal y como ocurre, y los políticos no quieren o no se atreven a hacer que paguen aquello que deberían. A la izquierda le parecería antisocial y a la derecha antipolítico. El resultado es el mismo, la Universidad a la caraja, sin medios suficientes y dando supuesta enseñanza a demasiados, a muchos que no quieren ni lo merecen, en realidad, convirtiendo la Universidad en una ficción, y destruyendo sistemáticamente las profesiones y la sociedad con ellas.
En España, en Italia, todos son universitarios. Como apenas cuesta nada (cuesta menos que un Colegio de bachiller), y todavía da prestigio, todos a por una carrera. Y las profesiones destruidas. Y la vida con ellas. Y ya no tiene remedio, pero si no se le pone freno, la degeneración futura será sencillamente insoportable.
Pero ¿a quien va a ayudar económicamente más el nuevo gobierno conservador británico? Me lo ha dicho hoy el catedrático con el que yo trabajo: a las ingenierías y a las lenguas modernas. Total que, como ven, en todas partes cuecen habas. Los conservadores británicos son lo que son y todavía creen en los ingenieros. Sería para morirse de risa si no fuera para llorar. Le he dicho al catedrático que yo creía que el mundo funcionaría mucho si no hubiera ingenieros, y que la mayoría de los disparates que hay en el mundo los han hecho ellos.
Él se ha reído, pero enseguida me ha dicho (estábamos en un café): "Cállate, cállate; si te oyeran los políticos pensarían que eres comunista"
sábado, 25 de septiembre de 2010
Traveller frog, 2 / Vuelve el latazo de Fuller
Estoy pensando seriamente que quizá no debería leer El País mientras esté en Londres. Me sigo tragando todas las tonterías españolas, sobre todo lo que dicen los periodistas sobre los políticos. Según los periodistas, los políticos son culpables de cualquier cosa, reos de todo; han de ser denigrados. Yo creo que es al revés. Los políticos son mejores que la gente, que tanto los critica, y muchísimo mejores que los periodistas, la hez de la humanidad, que van a saco con ellos. Pienso, por el contrario, que de muchas de las cosas malas que ocurren en el mundo, y concretamente en España, tienen la culpa los periodistas y los escritores que escriben en prensa. Bien, sea como fuere, lo cierto es que probablemente necesite una cura de El País.
El caso es que hoy sábado 25 de septiembre, día espléndido en Londres, viene en Babelia un artículo de Muñoz Molina hablando de Buckmister Fuller, a propósito de esa exposición de Madrid que han hecho Foster y Galiano. Muñoz Molina, que es buen escritor, tiene tendencia a meterse en camisas de once varas, y frecuentemente en relación al arte o a la arquitectura. Lo cierto es que no entiende de arte ni de arquitectura y así aterriza, incauto, en densos berenjenales.
Porque de Arte y de Arquitectura hay que entender: así es el mundo, queridos amigos. Se trata de saberes específicos y complicados, y pretender que sea de otro modo es empresa vana. La arquitectura es un pensamiento y saber específico, nada sencillo, y bastante de lleno de contradicciones y paradojas, contrarias a lo intuitivo e inmediato. Las buenas gentes que quieran acercarse a este saber con sencillez y buen sentido simplemente no lo conseguirán.
Es probable que algunos escritores sean muy soberbios. Quizá lo sea Muñoz Molina. Y como la arquitectura es complicada y se le resiste ha quedado muy contento con Fuller, que, en apariencia, le ha resuelto muchas cosas con sus aplastantes y magníficas teorías.
Pero aquí estoy yo para fastidiar lo que pueda y para decir que se equivoca, del mismo modo que también se equivoca Fuller. Un hombre muy orgulloso, como ingeniero que era, y un hombre completamente equivocado. Todo el mundo le ha tomado por un genio, y yo pienso que desde luego no lo era, al menos cuando se acercaba a la arquitectura y, en general, al diseño.
Muñoz Molina queda encantado con el canto que Fuller hizo al velero como diseño perfecto, y con el asunto del poco peso para las construcciones. No tengo nada contra el velero (simpatía tampoco), pero el velero y la arquitectura nada tienen que ver, por más que así lo crean arquitectos (algunos de ellos amigos) aficionados a la náutica. La precisión y ligereza del velero no son aplicables a la arquitectura. Los edificios no se mueven ni deben moverse y así sus virtudes y características se parecen poco a los vehículos, por más que Le Corbusier y los modernos en general hayan sido tan aficionados a estas analogías.
Y lo del peso es absurdo. Pretender que es bueno el poco peso en las construcciones arquitectónicas es una demostración absoluta de despiste, muy propia de un ingeniero. Esta milonga del peso por parte de Fuller tiene ya más de 50 años y desenterrarla ahora es la prueba de que el mundo no avanza. El peso no es malo para la arquitectura, sino bueno. No es que sea un bien absoluto, pero puede decirse que es más verdad el aserto de que es bueno que la arquitectura pese bastante y bastante menos verdad el de que es bueno que pese poco. A igualdad de precio (en dinero o energía, que es en definitiva lo que importa), el peso favorece la estabilidad y la duración, de un lado, y el buen comportamiento térmico, de otro. Un edificio no se mueve, repito, por lo que el peso no importa, y si pesa poco tiende a caerse. Esta vieja falacia debe desterrarse de una vez para siempre. Los edificios han de pesar, bastante; razonablemente, pero bastante. Y el peso no se relaciona con calidad arquitectónica, o no arquitectónica, ninguna. La “ligereza” es un asunto estético, de preferencia estética, sea ésta conceptual o plástica.
Por otro lado, los diseños de Fuller son casi todos bastante malos y disparatados. A Muñoz Molina se le ocurre elogiar el coche de las 3 ruedas. Resulta bastante evidente para quien tenga la cabeza sobre los hombros que un coche no ha de tener 3 ruedas, sino 4, y por eso todos tienen 4, naturalmente. Si tuvieran 3 su peligro de desequilibrio sería enorme, además de estar basados sobre la figura del triángulo, bastante reñida con el diseño. Es lo mismo, aunque de otro modo, que mesas y sillas. Tres puntos determinan un plano, pero las mesas y las sillas tienen 4 patas. Algunas mesas tienen todavía muchas más patas, igual que algunos camiones tienen todavía muchas más ruedas. No se debe de jugar con la estabilidad de las cosas, cuestión fundamental. El coche de 3 ruedas es un disparate pretencioso y falaz.
Dice el escritor que además ese coche gastaba mucha menos gasolina, cuestión que evidentemente no se relaciona en absoluto con la falta de una rueda. El coche de Fuller, que conozco desde que era estudiante, está basado en cuestiones estéticas, incluso aunque Fuller no lo supiera. Pretende ser “aerodinámico”, cosa que estaba muy de moda y que luego se demostró que no servía para nada en coches para velocidades normales. Es decir, tenía estilo aerodinámico. Además, si ese coche hubiera sido estupendo, se habría adoptado o copiado. No se hizo; me parece que ni siquiera se fabricó, demostración clarísima de su inutilidad.
Otra genialidad de Fuller eran las casas de planta hexagonal o circular. Dejando aparte la demencial pretensión de que algunas de esas casas vinieran transportadas por el aire y de que tuvieran una estructura de vástago central, las casas no han de tener, en ningún caso, plantas hexagonales o redondas, figuras absolutamente inadecuadas para la arquitectura en general y para las casas en particular. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el hexágono en arquitectura. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el círculo en arquitectura. Y pueden hacerse casas hexagonales o redondas, pero siempre serán imprudentes y equivocadas. Una casa tiene divisiones interiores y es sencillamente imposible dividir bien un hexágono o un círculo. Se hace, desde luego, pero queda fatal. Se hacen casas malas, desde luego, pero no dejan de ser malas por estar hechas. Como algunas de las de Fuller, que se hicieron a pesar de su simpleza de pensamiento y su condición sencillamente tonta y equivocada.
También el escritor celebra la cúpula geodésica, como la que Fuller hizo para la Expo de Nueva York. Y habla de ventajas de lo máximo de no sé qué con lo mínimo de no sé cuánto. Ventaja ninguna, en realidad. Una cúpula esférica, geodésica o no, sólo puede tener sentido de una manera excepcional, en una rara ocasión y para un extraño uso. La prueba es que los edificios esféricos no se han construido nunca. Arquitectónicamente la esfera no sirve para nada. Sólo sirve la media esfera, más llamada cúpula, y tan usada en los períodos clásicos tan sólo como cubierta. Solamente Boullèe, en el cenotafio de Newton, y Ledoux, en las casas para los guardabosques, propusieron esferas completas a lo largo de toda la historia de la arquitectura. Naturalmente, nadie les hizo caso, en cuanto a realizarlas. Tampoco lo pretendían.
Bueno, bueno, Sr. Muñoz Molina. Pues habría que ser más serio, tener más conocimiento, para hablar de arquitectura. Si no, lo mejor sería callarse. Como un muerto, diría yo.
El caso es que hoy sábado 25 de septiembre, día espléndido en Londres, viene en Babelia un artículo de Muñoz Molina hablando de Buckmister Fuller, a propósito de esa exposición de Madrid que han hecho Foster y Galiano. Muñoz Molina, que es buen escritor, tiene tendencia a meterse en camisas de once varas, y frecuentemente en relación al arte o a la arquitectura. Lo cierto es que no entiende de arte ni de arquitectura y así aterriza, incauto, en densos berenjenales.
Porque de Arte y de Arquitectura hay que entender: así es el mundo, queridos amigos. Se trata de saberes específicos y complicados, y pretender que sea de otro modo es empresa vana. La arquitectura es un pensamiento y saber específico, nada sencillo, y bastante de lleno de contradicciones y paradojas, contrarias a lo intuitivo e inmediato. Las buenas gentes que quieran acercarse a este saber con sencillez y buen sentido simplemente no lo conseguirán.
Es probable que algunos escritores sean muy soberbios. Quizá lo sea Muñoz Molina. Y como la arquitectura es complicada y se le resiste ha quedado muy contento con Fuller, que, en apariencia, le ha resuelto muchas cosas con sus aplastantes y magníficas teorías.
Pero aquí estoy yo para fastidiar lo que pueda y para decir que se equivoca, del mismo modo que también se equivoca Fuller. Un hombre muy orgulloso, como ingeniero que era, y un hombre completamente equivocado. Todo el mundo le ha tomado por un genio, y yo pienso que desde luego no lo era, al menos cuando se acercaba a la arquitectura y, en general, al diseño.
Muñoz Molina queda encantado con el canto que Fuller hizo al velero como diseño perfecto, y con el asunto del poco peso para las construcciones. No tengo nada contra el velero (simpatía tampoco), pero el velero y la arquitectura nada tienen que ver, por más que así lo crean arquitectos (algunos de ellos amigos) aficionados a la náutica. La precisión y ligereza del velero no son aplicables a la arquitectura. Los edificios no se mueven ni deben moverse y así sus virtudes y características se parecen poco a los vehículos, por más que Le Corbusier y los modernos en general hayan sido tan aficionados a estas analogías.
Y lo del peso es absurdo. Pretender que es bueno el poco peso en las construcciones arquitectónicas es una demostración absoluta de despiste, muy propia de un ingeniero. Esta milonga del peso por parte de Fuller tiene ya más de 50 años y desenterrarla ahora es la prueba de que el mundo no avanza. El peso no es malo para la arquitectura, sino bueno. No es que sea un bien absoluto, pero puede decirse que es más verdad el aserto de que es bueno que la arquitectura pese bastante y bastante menos verdad el de que es bueno que pese poco. A igualdad de precio (en dinero o energía, que es en definitiva lo que importa), el peso favorece la estabilidad y la duración, de un lado, y el buen comportamiento térmico, de otro. Un edificio no se mueve, repito, por lo que el peso no importa, y si pesa poco tiende a caerse. Esta vieja falacia debe desterrarse de una vez para siempre. Los edificios han de pesar, bastante; razonablemente, pero bastante. Y el peso no se relaciona con calidad arquitectónica, o no arquitectónica, ninguna. La “ligereza” es un asunto estético, de preferencia estética, sea ésta conceptual o plástica.
Por otro lado, los diseños de Fuller son casi todos bastante malos y disparatados. A Muñoz Molina se le ocurre elogiar el coche de las 3 ruedas. Resulta bastante evidente para quien tenga la cabeza sobre los hombros que un coche no ha de tener 3 ruedas, sino 4, y por eso todos tienen 4, naturalmente. Si tuvieran 3 su peligro de desequilibrio sería enorme, además de estar basados sobre la figura del triángulo, bastante reñida con el diseño. Es lo mismo, aunque de otro modo, que mesas y sillas. Tres puntos determinan un plano, pero las mesas y las sillas tienen 4 patas. Algunas mesas tienen todavía muchas más patas, igual que algunos camiones tienen todavía muchas más ruedas. No se debe de jugar con la estabilidad de las cosas, cuestión fundamental. El coche de 3 ruedas es un disparate pretencioso y falaz.
Dice el escritor que además ese coche gastaba mucha menos gasolina, cuestión que evidentemente no se relaciona en absoluto con la falta de una rueda. El coche de Fuller, que conozco desde que era estudiante, está basado en cuestiones estéticas, incluso aunque Fuller no lo supiera. Pretende ser “aerodinámico”, cosa que estaba muy de moda y que luego se demostró que no servía para nada en coches para velocidades normales. Es decir, tenía estilo aerodinámico. Además, si ese coche hubiera sido estupendo, se habría adoptado o copiado. No se hizo; me parece que ni siquiera se fabricó, demostración clarísima de su inutilidad.
Otra genialidad de Fuller eran las casas de planta hexagonal o circular. Dejando aparte la demencial pretensión de que algunas de esas casas vinieran transportadas por el aire y de que tuvieran una estructura de vástago central, las casas no han de tener, en ningún caso, plantas hexagonales o redondas, figuras absolutamente inadecuadas para la arquitectura en general y para las casas en particular. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el hexágono en arquitectura. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el círculo en arquitectura. Y pueden hacerse casas hexagonales o redondas, pero siempre serán imprudentes y equivocadas. Una casa tiene divisiones interiores y es sencillamente imposible dividir bien un hexágono o un círculo. Se hace, desde luego, pero queda fatal. Se hacen casas malas, desde luego, pero no dejan de ser malas por estar hechas. Como algunas de las de Fuller, que se hicieron a pesar de su simpleza de pensamiento y su condición sencillamente tonta y equivocada.
También el escritor celebra la cúpula geodésica, como la que Fuller hizo para la Expo de Nueva York. Y habla de ventajas de lo máximo de no sé qué con lo mínimo de no sé cuánto. Ventaja ninguna, en realidad. Una cúpula esférica, geodésica o no, sólo puede tener sentido de una manera excepcional, en una rara ocasión y para un extraño uso. La prueba es que los edificios esféricos no se han construido nunca. Arquitectónicamente la esfera no sirve para nada. Sólo sirve la media esfera, más llamada cúpula, y tan usada en los períodos clásicos tan sólo como cubierta. Solamente Boullèe, en el cenotafio de Newton, y Ledoux, en las casas para los guardabosques, propusieron esferas completas a lo largo de toda la historia de la arquitectura. Naturalmente, nadie les hizo caso, en cuanto a realizarlas. Tampoco lo pretendían.
Bueno, bueno, Sr. Muñoz Molina. Pues habría que ser más serio, tener más conocimiento, para hablar de arquitectura. Si no, lo mejor sería callarse. Como un muerto, diría yo.
jueves, 23 de septiembre de 2010
Traveller frog from Duck Lane / 1 / Banqueting House
Empieza una etapa diferente de este blog, con mis crónicas desde Londres. El tópico español de Londres –no sé si el tópico internacional- era lo mal que se comía, aquí y en toda Inglaterra. Han debido de decírselo mucho a los londinenses, y el turismo en la ciudad ha tenido que llegar a ser extraordinariamente grande, pues en los barrios centrales y populares no hay otra cosa, casi, que restaurantes y casas de comida. Se puede comer como se quiera, realmente. Mal o o regular, desde luego es facilísimo, pero también muy variado; y bien o tirando a bien no es difícil. No es barato, pero aquí no hay nada barato.
El otro día, casi por azar, fuimos a parar a la zona de Westminster. Vimos la Abadía, por fuera (17 libras para entrar), el Parlamento, y descubrimos The Horse Guards, el cuartel del regimiento de caballería de la guardia del Rey (de la Reina), un edificio neoclásico de William Kent, magnífico, que cierra la calle con respecto a St. James Park, justamente enfrente de la Banqueting House construida por Iñigo Jones. Al otro extremo del parque, no muy grande, pero estupendo, está Buckingham Palace. Es una zona magnífica, una zona oficial, con espléndidos edificios eclécticos que son los ministerios. Todo parece celebrar el gran Londres académico, aunque allí se mezclen la tradición clásica y la gótica sin hacerse realmente mucho daño.
La Banqueting House es un edificio más o menos palladiano de Jones con el que se inició el renacimiento inglés a la manera italiana, ya en el siglo XVII. Antes había habido un renacimiento inglés más o menos castizo, que no resultó malo, pero tampoco exitoso ni refinado. Fue Jones, con este edificio y algunos otros, quien empezó un renacimiento italiano que quería ser británico, contradicción interesante que la arquitectura inglesa llevó adelante durante más de 2 siglos.
Cuando se construyó (como se ve en algunos cuadros y grabados de época y posteriores) era algo completamente ajeno a su entorno. Esto es, era arquitectura estrepitosamente moderna que despreciaba la tradición propia y la arquitectura del lugar. Quizá hubo un Príncipe de Gales que se escandalizó de ello.
Lo mandó construir Jacobo I, padre de Carlos I, el rey que perdió la guerra civil y que fue decapitado por orden del Parlamento (de Cromwell) precisamente en un tinglado de madera colocado contra la fachada del Banqueting House. Cobran 8 libras y pico por entrar, lo que es un poco exagerado.
Hoy llovió a mares, y llegamos a comer y a casa calados hasta los huesos. Pero hacia las 2 de la tarde ya había parado.
El otro día, casi por azar, fuimos a parar a la zona de Westminster. Vimos la Abadía, por fuera (17 libras para entrar), el Parlamento, y descubrimos The Horse Guards, el cuartel del regimiento de caballería de la guardia del Rey (de la Reina), un edificio neoclásico de William Kent, magnífico, que cierra la calle con respecto a St. James Park, justamente enfrente de la Banqueting House construida por Iñigo Jones. Al otro extremo del parque, no muy grande, pero estupendo, está Buckingham Palace. Es una zona magnífica, una zona oficial, con espléndidos edificios eclécticos que son los ministerios. Todo parece celebrar el gran Londres académico, aunque allí se mezclen la tradición clásica y la gótica sin hacerse realmente mucho daño.
La Banqueting House es un edificio más o menos palladiano de Jones con el que se inició el renacimiento inglés a la manera italiana, ya en el siglo XVII. Antes había habido un renacimiento inglés más o menos castizo, que no resultó malo, pero tampoco exitoso ni refinado. Fue Jones, con este edificio y algunos otros, quien empezó un renacimiento italiano que quería ser británico, contradicción interesante que la arquitectura inglesa llevó adelante durante más de 2 siglos.
Cuando se construyó (como se ve en algunos cuadros y grabados de época y posteriores) era algo completamente ajeno a su entorno. Esto es, era arquitectura estrepitosamente moderna que despreciaba la tradición propia y la arquitectura del lugar. Quizá hubo un Príncipe de Gales que se escandalizó de ello.
Lo mandó construir Jacobo I, padre de Carlos I, el rey que perdió la guerra civil y que fue decapitado por orden del Parlamento (de Cromwell) precisamente en un tinglado de madera colocado contra la fachada del Banqueting House. Cobran 8 libras y pico por entrar, lo que es un poco exagerado.
Hoy llovió a mares, y llegamos a comer y a casa calados hasta los huesos. Pero hacia las 2 de la tarde ya había parado.
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